Oración de la sangre que Jesucristo derramó desde la oración del huerto hasta morir en la cruz

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Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 1535c

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Notas

Debido a problemas técnicos, no aparece en el registro sonoro el inicio de las tres primeras estrofas.

La informante da a esta composición el título de Oración de la sangre que Jesucristo derramó desde la oración del huerto hasta morir en la cruz.

Es una versión de un pliego descrito por Julio Caro Baroja (Ensayo sobre literatura de cordel, Madrid, Istmo, 1990: pp. 365-366): «Lo mismo cabe pensar de la “Copia de una oración que ha sido hallada en Roma en el Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo, que se custodia en el oratorio de su Santidad, la cual dice así”. Transcribe unas palabras que se dan como dichas por Cristo a Santa Isabel de Hungría, Santa Matilde y Santa Brígida, con el número de personas, cosas y actos de la Pasión, a las que sigue otra “Copia de la sangre que Jesucristo derramó desde la Oración del Huerto hasta morir en la Cruz” y unas prescripciones de rezos».

Aclaraciones léxicas:

despantaron: por levantaron.

Transcripción

[Señor mío Jesucristo,]
dulce y amoroso padre,
enamorado y divino
socorrerme y ampararme.
 
Bien sé, Señor, que mis culpas
son de muy alto quilate,
pero, unidas a las vuestras,
serán de valor notable.
 
Confieso que os he ofendido,
conozco que no van a luz  
mis lágrimas ni suspiros  
si antes no logro
en penitencia agradarte. 
En penitencia te ofrezco,
Señor, tu preciosa sangre,
que aunque mis culpas son muchas
más son las gotas de sangre.
 
[Segunda vez] te saludo,
Señor, que la derramastes.
Eso fue en la oración del huerto,
orando a tu eterno Padre.
 
Te suplico, Jesús mío,
que mi corazón te agrade 
y que mi voz esté siempre,
mi voluntad con la tuya,
sin faltarte ni un quilate.
 
[Tercera vez te saludo,]
mi Dios, que la derramastes,
amarrado a una columna
con golpes muy desiguales,
de aquellos fieros sayones
que tu cuerpo santo hirieron
llenándolo de cardenales.
 
Aquí pido para todos,
Jesús, no desmaye nadie,
que no es justo que se pierda
el precio de vuestra sangre.
 
Cuarta vez te saludo,
mi Dios, que la derramastes,
y fue cuando os coronaron
con espinas penetrantes.
 
Divino rey de los reyes,
majestad de majestades,
dechado de los humildes,
pues de los cielos bajastes
para humillar mi soberbia
con vuestra humildad tan grande.
 
Quinta vez te saludo,
mi Dios, que la derramastes,
y fue cuando en el Calvario
os quitaron las vestiduras reales.
 
Jesús, te suplico desnudes
de aquesta mi mortal carne,
que es mi mayor enemigo,
y de ella no puedo librarme.
 
Sexta vez te saludo,
mi Dios, que la derramastes,
en el Calvario, que os crucificaron
y desvantaron* en el aire.
 
Jesús mío, te suplico,
Jesús mío, que mi ánima se abrace
en tu amor, porque mis obras
a ti solo se levanten.
 
Y si me vieras caído,
como flaco miserable,
Señor de mi vida,
ten por bien de levantarme.
 
Séptima vez te saludo,
mi Dios, que la derramastes,
y fue cuando Longinos
partió tu pecho de parte a parte,
 
de aquella cruel lanzada,
y vos, con clemencia grande,
vertistes sangre mezclada
con agua para lavarme.
 
¡Oh, qué licor tan divino,
raro como fino amante,
que en aquella hora divina
siempre fue firme y constante,
y por todas siete veces
te sirvas de perdonarme!