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Notas
Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Traducción
Había una vez un sultán que tenía dos hijos, un niño y una niña. La hija era tan bonita como una leona[1]. Tenía el pelo negro como el harqus[2] y le llegaba hasta la espalda. Era esbelta como un cinturón[3]. Aquella princesa era la más guapa de todas las muchachas de su edad.
Un día se fue a la fuente a coger agua. Llenó la tinaja y después regresó. Pero justo al marcharse de la fuente, se le cayó uno de sus cabellos, allí, en el agua. Después llegó su hermano montado a caballo, que llevaba al animal a abrevar a la fuente; y, al agachar la cabeza para beber, el caballo vio el pelo en el agua. Al momento empezó a relinchar, y se negó en rotundo a beber. El muchacho fue a comprobar porqué su caballo estaba relinchando tan fuerte, y entonces él también descubrió el cabello de la mujer. Era negro, largo y magnífico. Lo cogió, se lo llevó y juró: “Solo la dueña de este cabello será digna de ser mi mujer y la madre de mis hijos”.
Al llegar a casa le dijo a su madre:
—Mira este cabello, madre. Me lo he encontrado en la fuente. Únicamente me casaré con su dueña. Será mi mujer y la madre de mis hijos. Así que ya podéis empezar a buscar por el pueblo a la dueña de este cabello—.
Y aquel mismo día su madre y el sultán se pusieron a buscar. Empezaron a buscar por el pueblo a una muchacha que tuviera los cabellos como el que su hijo les había enseñado. Buscaron y rebuscaron por todas partes, pero no encontraron ninguna muchacha con un pelo tan bonito como aquel. Hasta que por fin un día su madre se dio cuenta…, ¡se dio cuenta de que aquel cabello era de su propia hija! Y fue a decirle a su hijo:
—¡Qué Dios te traicione! Ese cabello es de tu hermana.
—Pues yo juré que solo me casaría con la dueña de ese cabello; ya se tratara mi hermana o de mi mismísima madre. ¡Me casaré con ella!—.
Así que se reunieron todos los miembros de la familia: su padre, su madre y todos. Él les dijo que se casaría con ella. La muchacha lloraba. Corría y lloraba. Les dijo:
—¡Es mi hermano, no puedo casarme con él!—.
Corría y lloraba al mismo tiempo, hasta que se marchó [de casa] y llegó a un árbol. Se subió, y todos fueron detrás de ella y le decían:
—¡Baja, baja!—.
Su madre le dijo:
—¡Baja, hija, baja!—.
Ella le respondió:
—No, no me bajo—.
Entonces su madre se puso a cantar y le dijo:
—¡Mi querida hija, querida mía,
te has vuelto mi nuera! ¡Mi nuera!—.
Su hija le respondió y le dijo:
—¡Mi querida madre, mi madre querida,
te has vuelto mi suegra! ¡Mi suegra!
¡Sube, árbol, sube!—.
Y entonces el árbol siguió creciendo más y más… Luego su padre le dijo:
—¡Baja, hija, baja!—.
Pero ella seguía llorando y llorando... Entonces su padre empezó a cantarle:
—¡Mi querida hija, querida mía,
te has vuelto mi nuera! ¡Mi nuera!—.
Ella le respondió:
—¡Mi querido padre, mi querido padre,
te has vuelto mi suegro! ¡Mi suegro!
¡Sube, árbol, sube!—.
Y el árbol siguió creciendo más y más… Luego llegó su hermano y le dijo:
—¡Bájate, que tú ya estás destinada a ser mi mujer! ¡Baja, que me voy a casar contigo! ¡Tú serás mi mujer!—.
Y le dijo:
—¡Mi querida hermana, hermana querida,
te has vuelto mi mujer! ¡Mi mujer!—.
Ella le respondió y le dijo:
—¡Mi querido hermano! ¡Mi hermano querido,
te has vuelto mi marido! ¡Mi marido!
¡Sube árbol, sube![4]—.
Y el árbol siguió creciendo cada vez más. Hasta que la vieron alejarse por el cielo y dejaron de escucharla. Ya ni siquiera la veían. Su hermano fue a coger el hacha para talar el árbol. Se puso a cortar y a cortar hasta que casi lo taló del todo. Y justo antes de que se cayera, pasó un halcón por el cielo y se llevó a la muchacha. La agarró, se la llevó y se marchó volando por los aires.
Estuvo volando un buen rato, hasta que por fin la dejó en mitad de bosque. El bosque estaba muy, muy lejos. Y el halcón la abandonó allí… La muchacha no paraba de llorar y de llorar, porque tenía mucho miedo. Todo estaba oscuro, y ella estaba allí sola, expuesta a los monstruos del bosque. Después se puso a caminar y a caminar, pero no dejaba de llorar. Iba caminando y llorando al mismo tiempo.
Al rato de estar caminando, de repente, vio a lo lejos una luz en una casa. Se acercó a la casa y llamó a la puerta:
—¿Daríais alojamiento a una invitada de Dios[5]?—.
El dueño de aquella casa era un ogro, pero ella no tenía ni idea… Llamó a la puerta, y el ogro la abrió. La muchacha volvió a preguntarle si podría darle hospedaje por aquella noche. Él la miró y notó que era muy guapa. Tenía una belleza diferente de la de las demás muchachas. Y entonces pensó: “¡Esta muchacha es demasiado guapa! ¡No puedo comérmela!”. Así que la recibió en su casa y le dijo:
—¡Sé bienvenida!—.
Ella se quedó un rato hablando con él. En ningún momento se dio cuenta de que el dueño de la casa era un ogro. Y se quedó a vivir allí con él… Ella se hacía cargo de las cosas de la casa y le preparaba la comida. Seguía pensando que él era una persona normal, como ella y como los demás humanos. Hasta que un día vio que el ogro se acercaba al kanun y que llevaba en la mano unas cabezas de hombres, de mujeres… Llevaba también cabezas de corderos, de jabalíes y todo. Y entonces la muchacha vio que el ogro empezaba a comerse la carne y a beberse la sangre. Fue en aquel momento cuando se dio cuenta de que era un ogro. Pero no tenía el aspecto de un ogro. Cuando salía de casa, era un hombre común, como todos los demás. Pero, en cuanto volvía, se convertía en un ogro. Y así fue como ella se dio cuenta.
Y fueron pasando los años… Ella no le dijo en ningún momento que conocía su secreto. El ogro tampoco quiso hablar del asunto, aunque sabía de sobra que ella se había enterado de la verdad. Pero nunca hablaron de ello. Hasta que un día ella le pidió a Dios que hiciera que se quedara embarazada. Dios se lo concedió, y ella tuvo un niño. Y en cuanto la joven dio a luz, el ogro le dijo:
—¡Te prohíbo que salgas de casa! ¡Y tampoco te permito que te asomes por la ventana! Te quedarás sola en casa. Harás las tareas domésticas y criarás a tu hijo. Si me entero de que sales o de que te asomas a la ventana, ¡me comeré a tu hijo!—.
Así que a la muchacha no le quedó más remedio que quedarse encerrada en casa. Hasta que un día se asomó por la ventana y vio a un hombre que estaba paseando por el bosque montado en su caballo. Entonces reconoció a su hermano. Salió de casa y empezó a seguirlo; se olvidó de que el ogro le había prohibido que saliera de casa. Abrió la puerta a toda prisa y se fue tras el jinete. Pero, como su hermano ya estaba demasiado lejos, la muchacha no consiguió alcanzarlo. Así que tuvo que volver a casa. El ogro regresó por la tarde y le preguntó:
—¿Qué es lo que has hecho hoy? ¿No se te habrá ocurrido salir de casa?
—Pues no —dijo ella—. No he salido.
—Y ¿te has asomado por la ventana? —le preguntó.
Ella le respondió:
—No, tampoco. No me he asomado por la ventana. Me he quedado en casa todo el día—.
El ogro le dijo que podía seguir haciendo lo que estuviera haciendo, mientras él subía al desván[6]. Entonces cogió a su hijo y se lo llevó arriba. Y en cuanto llegó al desván se lo comió. ¡Se comió a su propio hijo! ¡Se lo comió! ¡Lo mató y se lo comió! Se sentó al lado del kanun y se lo comió. Después le dijo a su mujer:
—Tú me has dicho que no habías salido de casa, y, sin embargo, yo te vi salir. Te había advertido que, si un día salías, me comería a tu hijo—.
La pobre mujer empezó a llorar y a llorar. Y el ogro le dijo:
—Me he comido toda su carne de un bocado y me he bebido toda su sangre de un trago—.
Siguió comiendo al lado del kanun, y, cuando hubo terminado, le preguntó:
—Y ahora ¿qué hago contigo? ¿Te como y me bebo tu sangre? No, no podría hacer eso. Eres demasiado guapa como para comerte—.
Así que la dejó viva, pero la convirtió en una ogresa, como él. Se casaron y vivieron juntos.
Había una fuente en aquel pueblo, y el ogro solía ir allí para comerse a la gente. Se comía a cualquiera que pasara por la fuente, ya fuera un hombre, una mujer, una muchacha o un niño… Una vez el ogro se llevó a su mujer a aquella fuente; y desde entonces los dos juntos empezaron a comerse a todos los que pasaban por allí. Pero con el tiempo el ogro terminó cambiando de zona de caza. Dejó de ir a la fuente. Ya solo iba ella, sola, a comerse a los que pasaban por allí.
Un día su hermano escuchó que alguien del lugar iba diciendo por allí que había una ogresa en aquel bosque. Le dijeron que vivía junto a la fuente y que se comía a cualquiera que fuera a coger agua. Entonces el hermano juró:
—¡Si no consigo matar a esa ogresa, tenéis mi permiso para decir que yo no soy el hijo del sultán!—.
Y, sin más, puso rumbo a la fuente. Allí se encontró a la ogresa, en medio del bosque. Ella le saludó:
—¡Sé bienvenido! Tengo mucha hambre. Hace mucho tiempo que no pruebo bocado.
—Si no consigo matarte —dijo él—, yo no soy el hijo del sultán—.
Y ella le respondió:
—Pues soy yo quien te va a comer. Pero, dime, ¿por dónde quieres que empiece a comerte?—.
Le dijo aquello a su propio hermano porque no lo había reconocido. Él le respondió:
—Empieza a comerme por los pies.
—No, que tienes los pies muy flacuchos —dijo ella—. No me apetece empezar a comerte por los pies.
—Pues empieza a comerme por los huesos o por las manos, si quieres…
—No, que tus huesos son demasiado crujientes.
—Pues si consigues vencerme, empieza a comerme por las orejas—.
Entonces la ogresa se abalanzó sobre él y empezó a comérselo por las orejas. Pero, al primer mordisco, en cuanto probó un poco de carne de sus orejas, se dio cuenta de que era su hermano. Al principio le dio la sensación de que lo conocía, pero al probar su sangre estuvo segura de que era su hermano. Así que le dijo:
—¡Qué amarga es tu sangre!—.
Y siguió diciéndole:
—¿Quién eres tú? ¿Quién es tu sultán?—.
El muchacho también la reconoció a ella. Se dio cuenta de que era su hermana. Reconoció sus cabellos; eran los de su hermana. En aquel instante se llevó la mano al bolsillo de su abrigo y sacó el cabello. Se lo enseñó y le dijo:
—Yo soy quien se iba a casar contigo. Soy tu hermano, el que antes se iba a casar contigo—.
La ogresa se echó a llorar, y él le dijo:
—¿Por qué te comes a la gente, hermana? ¿Quién ha sido el que te ha convencido para que te comas a los que van a la fuente? Te has convertido en una ogresa. ¡Y te comes a la gente!—.
Ella empezó a contárselo todo. Le dijo que le había pasado esto y eso, y lo otro… Su hermano le pidió:
—¡Vuelve a casa conmigo!
—Pues no —dijo ella—. No pienso volver a casa. Ahora ya no estoy sola. Me he casado con un ogro. ¡Y nos comerá a los dos!—.
Él le dijo:
—No, yo me encargaré de matar al ogro. — Y siguió diciéndole— Si vuelves conmigo a casa, te prometo que volverás a ser la de antes. Serás mi hermana. No me casaré contigo. Pero tú tienes que prometerme que dejarás de comerte a la gente.
—De acuerdo —dijo su hermana—. Si me aseguras que no vas a casarte conmigo, volveré a casa—.
Entonces él mató al ogro, y su hermana volvió a casa con él. Y vivieron todos juntos como antes.
Mi cuento ha terminado.
[1] En cab.: tezyen am tsedda (lit. “hermosa como una leona”), metáfora habitual en las lenguas bereberes para ensalzar la belleza de una muchacha.
[2] Harqus: tizόn de pequeño tamaño que las mujeres cabilias usaban como contorno de ojos.
[3] No alude a un cinturón cualquiera, sino a las elegantes y coloridas cintas que adornan los talles de las mujeres bereberes.
[4] En cab.: Gma aɛziz inu, aɛziz inu, / i yuɣalen d argaz inu! Argaz inu! / Aɛlay, a tazdayt! Aɛlay!
[5] En cab.: Ma ad tessensem inebgi n Rebbi?, fórmula habitual entre los cabilios para solicitar hospedaje.
[6] Desván (cab. takanna): altillo de las casas tradicionales bereberes, que ocasiones es usado como habitación y en otras como almacén.