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Notas
Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Traducción
Había una vez un sultán | solo Dios es sultán | que tenía un hijo y una hija. Su mujer siempre estaba educando a su hija, pero ella no aprendía nunca y siempre volvía a hacer lo mismo. El padre le pidió a su mujer que le dejara a su hija. Le dijo que él era su padre y que él era quien iba a encargarse de ella.
Un día la muchacha se fue a la fuente. Al acercarse a un pozo de agua, empezó a peinarse el pelo, y en aquel momento se le cayeron unos pocos cabellos [en la fuente]. Al rato pasó por allí su hermano para llenar agua. Llenó sus cántaros y entonces encontró los cabellos. Así que dijo:
—¡Te prometo, Dios, te prometo que me casaré con la dueña de estos cabellos, aunque sea mi propia hermana Zargma!—.
El hermano se llevó el mechón a casa y les contó a sus padres lo que le había pasado. Les midieron los cabellos a todas las muchachas del pueblo. Pero no eran suyos. Visitó a todas las muchachas, pero ninguna era la dueña de los cabellos. Se fue a siete pueblos buscando a la dueña del mechón. Pero los cabellos no eran de ninguna de esas muchachas.
Al llegar a casa, pensó: “voy a ver si son de mi hermana”. Cogió el mechón y lo puso sobre el cabello de su hermana. En ese momento se dio cuenta de que los cabellos eran suyos. El hermano se quedó asombrado y dijo:
—¡Ay, qué es lo que he hecho! ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a casarme con mi propia hermana? Pero le prometí a Dios que lo haría…—.
Antes, cuando la gente hacía algún voto a Dios, lo cumplía. No es como ahora. Entonces le dijeron que se casara con ella y que no pasaba nada. Su hermana los escuchó mientras estaban hablando. ¿Y qué es lo que hizo? Pues se puso a esperar hasta que se quedaron todos dormidos y luego preparó sus cosas y se marchó de casa.
Caminó y caminó por el bosque hasta que se alejó mucho. Entonces encontró una roca. Se metió detrás de la roca y se quedó allí escondida. Por la noche, cuando no había nadie, salía y comía hierba. Pero, en cuanto veía que se acercaba alguien, corría a esconderse en el interior. Los demás estuvieron buscándola por todos los pueblos, por los bosques… No dejaron ni un solo lugar sin rastrear. Pero no la encontraron.
Una vez pasó por allí un pastor que estaba cuidando su rebaño y escuchó que la muchacha estaba lamentándose:
—¡Mi propio hermano, hijo de mi padre y mi madre, va a ser mi esposo! ¡Llora conmigo, rebaño, que estoy llorando!—.
El pastor empezó a buscar de dónde venía la voz hasta que encontró a la muchacha. Luego se fue a ver al sultán y le contó lo que le había pasado. Le dijo que había una muchacha que estaba escondida en el bosque detrás de una roca, y le contó lo que estaba diciendo. El sultán le dijo que era Zargma. Entonces se llevó a sus camellos y a mucha gente y se fue al bosque donde estaba la muchacha. Cuando llegaron allí, ella ya se había ido. Pero justo antes [de que se marchara], su hermano consiguió golpearla desde lejos. Ella le dijo:
—¡Vete, hermano! ¡Ojalá Dios te traiga una enfermedad en el pie que nadie consiga curar, ni médicos ni sabios; nadie salvo la mano de Zargma!—.
Al llegar a su casa su hermano se cayó y se puso a dormir. Y desde aquel día empezaron a llamar a muchos médicos y a otros [curanderos], pero no consiguieron curarlo. Les dijo:
—Yo no me curaré hasta que no venga mi hermana y me quite esta espina que tengo clavada en el pie. Fue ella la que imploró a Dios para que me pasara esto—.
Los demás dijeron:
—¿Y se puede saber dónde vamos a encontrarla ahora?—.
Ella caminó y caminó hasta que llegó a una casa. Al llegar allí se encontró con un hombre soltero que no tenía ni esposa ni hijos. Entonces el hombre se casó con ella. Los dos vivieron juntos felices. Comieron, bebieron… Y un día la mujer se quedó embarazada y tuvo dos hijos.
Un día [ella] se fue a la fuente para coger agua y escuchó que la gente estaba hablando del hijo del sultán de aquel lugar. Decían que se estaba muriendo, y que tal vez tendrían que cortarle el pie, porque nadie había conseguido sacarle la espina que tenía clavada en el pie. Ella esperó hasta el atardecer y entonces les dijo a sus hijos:
—¡Vámonos!
—¡Oh, madre!—.
Y ella insistió:
—¡He dicho que nos vamos!—.
Les dijo a sus hijos que, cuando llegaran a la casa de su abuelo tendrían que pedirle que les contara un cuento, y entonces ella empezaría a contárselo. Cuando terminaron de comer, ella se quedó mirando a su hermano, que estaba tumbado, y que tenía la pierna estirada porque le dolía mucho. Entonces le pasó la mano por la planta del pie y le dijo:
—¿Qué es lo que tienes en el pie?—.
Y en ese momento sus hijos le dijeron:
—¡Madre, cuéntanos un cuento!
—¡Oh, hijos!, pero ¿no os basta con verme mendigando? ¡Ya solo me faltaba ponerme a contar un cuento!—.
Su otro hijo le dijo:
—¡Madre, cuéntanos un cuento!—.
Y ella volvió a decir:
—¡Oh, hijos!, pero ¿no os basta con verme mendigando? ¡Ya solo me faltaba ponerme a contar un cuento!—.
Entonces la madre pasó la mano por la planta del pie de su hermano. Él se curó, y ella se marchó. Les pidió a sus hijos que se escaparan y que se metieran corriendo en la casa de un vecino. Luego ella los siguió. En ese momento su hermano empezó a gritar:
—¡Atrapadla, que es Zargma! ¡Atrapadla!—.
Ella se escapó corriendo. Pasó la noche en casa de los vecinos, y al día siguiente volvió a su casa. Su hermano se curó de la enfermedad. Ella vivió feliz en su casa y educó a sus hijos. Y su madre, que estaba loca, se fue a vivir con su hija.
El cuento ha terminado.