Un anciano muy anciano     que perdió a la compañera

ahora tiene que entregarse     a los hijos y a las nueras.

Se reúne la familia     y como no hay intereses,

entre todos acordaron     debían tenerlo dos meses.

Con el hijo mayor     le ha tocado el primer mes

y todo son malas caras     a la hora de comer.

—¿Cómo se ha pasado el día?     Le dice el hijo cuando viene.

(...............) y la nuera le contesta:

—¡Pues no sabes, pa ser tan viejo,     el apetito que tiene!

Y cuando ya se pasa el mes,     y llega el último día,

como ya se va con otro,     todos cantan de alegría.

Con el otro hijo se va     y las vecinas al verlo por la calle,

todas llaman a la puerta:     —¡Ya tienes aquí al abuelo!

La nuera cuando lo ve,     les dice con entereza:

—¡Si nos va a enterrar a todos,     vaya qué naturaleza!

Los mayores le hacen guasa,     los pequeños hacen guiso,

y este pobre viejecito     es [¿?] de casa.

Aburrido de los hijos,     él ya pierde la paciencia

y con lágrimas en los ojos,     piensa en una residencia.

—Me metí en la residencia,     me abandonaron mis hijos,

todos tenían su vivienda,     pero ninguno me dijo cobijo.

Señor, (…)     ábreme las puertas del cielo,

y que mis hijos descansen     de este pobrecito abuelo.

El que relata esta carta     no es ningún romancero,

es castigar a los hijos     que maltratan a los abuelos.