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Notas
Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Traducción
—Amacahu!
[—Ahu!]
Había una vez un sultán que tenía una hija. La muchacha vivía en una habitación donde había una ventana y le gustaba mucho mirar por ella. Siempre se quedaba mirando fijamente a un pescador que pasaba por allí todos los días. Como le gustaba mucho, todos los días se asomaba a la ventana para mirarlo. Pero él se decía a sí mismo: “Es la hija del sultán; no puedo acercarme a ella”.
Un día los guardianes del castillo lo vieron pasar por allí y fueron a decírselo al sultán. El sultán condenó la ventana, y desde aquel día la muchacha perdió la voz. Se quedó muda. Se quedó en su rincón, sola, sin decir nada.
El sultán empezó a preocuparse y se puso a buscar una solución para que su hija recuperara la voz. Así que mandó pregonar por todo el país que entregaría la mano de su hija a aquel que consiguiera que hablara.
Pero cada vez que uno de ellos lo intentaba no lo conseguía. Cada vez que un hombre lo intentaba, fracasaba… Y la gente llegaba de todas partes. Hasta que un día el pescador vino a probar suerte. Le dijo al sultán:
—¡Yo lo conseguiré, pero necesito una vela y cerillas!—.
El sultán le preguntó:
—¿Es eso todo lo que necesitas?
—Sí—.
Le dieron lo que había pedido, y luego él les pidió que lo dejaran a solas con la princesa. Entró en la cámara de la princesa, encendió la vela, la colocó sobre la mesa y empezó a contarle a la vela:
—Vela, una vez me equivoqué y corté un árbol. Y por aquello me metieron en la cárcel. Como me aburría mucho en la cárcel, me puse a tallar el tronco del árbol. Empecé a tallar el tronco e hice una muñeca. Al salir [el pescador] olvidó la muñeca en la cárcel. Después metieron a un pintor en la [misma] celda, y, como se aburría, pintó la muñeca. Pero a él también, al salir, se le olvidó la muñeca dentro de la celda. Luego metieron en la celda a un sastre, y, como se aburría, le hizo ropa a la muñeca y la vistió. Pero aquella vez, al salir, el sastre se llevó la muñeca. Cuando los otros dos vieron la muñeca, fueron a pedírsela. Cada uno decía que era suya. El primero dijo: “Yo fui quien la esculpió, así que es mía. Yo me la llevaré”. Y el pintor dijo: “No, yo fui quien la pintó. Yo me la llevaré”. Entonces se fueron a ver a un juez y le dijeron… El primero: “Yo fui quien la esculpió. Yo me la llevaré”. Y el pintor dijo: “No, yo la pinté. Yo le hice los ojos. Yo le hice todo. Tú solo la dejaste tal cual”. El último dijo: “Vosotros la dejasteis desnuda. Yo fui quien la vistió”. Entonces el juez dijo: “Está bien. Parad. Yo decidiré. Ya sé a quién voy a dársela”—.
Y justo entonces la vela del pescador se apagó. Y el pescador dijo:
“Mi vela se termina,
y mi cuento se acaba”[1].
Y entonces saltó la princesa:
—Pero ¡no! ¿Quién se llevó la muñeca?—.
En ese momento el pescador le dijo:
—¡He sido yo! ¡Yo he conseguido que hables, así que seré yo quien se quede contigo!
[1] En cab.: tachumuât tensa, / tahkaytiw tekfa.