Historia de Ahmed Bou-Kricha: el héroe fue a buscar la leche de la leona y el agua del arroyo que fluye entre dos montañas [ATU 938A + ATU 560A*]

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Referencia catalográfica: 1548n

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Notas

Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.

Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Traducción

Había una vez un sultán que reinaba… Una vez un hombre y una mujer fueron a verlo porque habían discutido. Y el sultán, en lugar de darle la razón a la mujer, se la dio al hombre. Por la noche, mientras el sultán estaba durmiendo, un ángel vino a decirle que se había equivocado. Le había dado la razón al hombre y no a la mujer. Por eso iba a ser castigado e iba a sufrir siete años de desgracia. Luego le preguntó cuándo quería vivir los siete años de desgracia: en aquel momento o más tarde, durante su juventud o su vejez. Y entonces el sultán respondió:

—¡Quiero librarme de eso lo antes posible!—.

Y al día siguiente se marchó a vivir sus siete años de desgracia. Cogió un caballo, un rebaño de animales y sus cosas y después se marchó. Por el camino, la tierra se abrió y lo perdió todo. Intentó recuperarlo, pero no lo consiguió. Así que lo dejó todo allí y se marchó. Lo perdió todo. Continuó el camino a pie y se encontró con un panadero. Le pidió que le diera trabajo. En lugar de darle dinero, le pidió que le diera alojamiento:

—Dame de comer y un sitio donde dormir. Eso es todo lo que necesito.

Y le respondió:

—De acuerdo.

A la mañana siguiente [el panadero] le llevó harina. El sultán tenía un anillo mágico. Le dio una vuelta al anillo y todo [el trabajo] quedó terminado, y [el pan] vendido. Luego se volvió a dormir. Cuando su jefe se despertó, como lo vio durmiendo, le gritó:

—¡Me has engañado! ¡No has hecho nada!

—¡Ve a contar tu dinero y a mí déjame dormir!—.

Se fue a ver y encontró mucho dinero. Y miró: ya no había harina y ya estaba todo hecho. Y el panadero le dijo:

—¡Pero qué mañoso eres!—.

Y añadió:

—¿No quieres ser mi socio?

—Yo solo te he pedido algo de comer y un lugar donde dormir. Eso es todo lo que necesito.

Al día siguiente ocurrió lo mismo. Le trajo la harina y todo… El sultán le dio una vuelta al anillo y todo se coció. Al momento todo [el pan] estaba hecho y vendido. Cuando su jefe se despertó y lo encontró durmiendo le gritó:

—¡Ah, esta vez seguro que me has engañado!

—Tu dinero está ahí. Ve a contarlo.

El panadero se fue a ver y encontró el dinero. El sultán solía ir a sentarse al lado de una fuente… | Antes se me había olvidado decir que una vez el sultán había degollado a un cordero y que desde entonces llevaba colgado del cuello el omento, y que por eso le llamaban “Ahmed Bou-Kricha”[1]. Cada día iba a la fuente. Una vez vio a la menor de las hijas del sultán de aquella región y le gustó.

El otro sultán tenía siete hijas solteras y quería casarlas. Y entonces ¿qué hizo? Pues envió a un pregonero a decir que aquel que quisiera formar parte de su familia tendría que presentarse y darse a conocer. Y claro, ¿a quién no le gustaría formar parte de la familia del sultán? Así que todos se presentaron. Les dio siete manzanas a sus hijas y les dijo que, cuando vieran a uno que les gustara, le lanzaran una manzana. Las seis primeras hermanas lanzaron sus manzanas, pero la última no quiso tirar la suya a nadie:

—¡Tira la manzana, tira la manzana!—.

Cuando llegó Ahmed Bou-Kricha, ella le tiró la manzana. Y entonces sus hermanas le dijeron:

—¿Y cómo es posible que quieras casarte con Ahmed Bou-Kricha?—.

Y ella respondió:

—Porque sí—.

Entonces el sultán dijo:

—Si ella lo quiere así, yo no puedo hacer nada.

Se casó con él. Y entonces Ahmed Bou-Kricha fue a buscar al sultán y le dijo que, si un día [su majestad] se pusiera enfermo, tendría que pedir que le trajeran la leche de la leona en un odre atado con el bigote de su hijo[2]. El sultán dijo:

—¡Vale!—.

Y justo al día siguiente se puso enfermo. Sus yernos vinieron a visitarlo y le preguntaron:

—¿Qué te pasa?—.

Y él les dijo:

—Estoy enfermo y necesito la leche de la leona en un odre atado con el bigote de su hijo—.

Y ellos le respondieron:

—¡De acuerdo! ¡Está bien! ¡Vamos a buscarlo!—.

Y Ahmed Bou-Kricha, desde que se casó con la hija del sultán, no dejaba de cantar:

 

¡Eh, eh, todos nosotros somos hijos del sultán!

¡Eh, eh, todos nosotros somos hijos del sultán![3]

 

Y por eso las muchachas empezaron a burlarse de su hermana. Pero ella no respondía nada. Le decían: “¿Con qué clase de hombre te has casado?”. Entonces Ahmed Bou-Kricha se fue y se disfrazó de viejo. Enseguida consiguió la leche de la leona [y la metió] en un odre. Por el camino de regreso se encontró con los yernos del sultán y les preguntó:

—¿Qué estáis buscando?—.

Respondieron:

—La leche de la leona. Es para el sultán—.

Y él les dijo:

—¡Ah!, ¿eso es todo? ¡Yo la tengo! ¡La tengo yo!—.

Ellos respondieron:

—¿Y cuánto cuesta?

—Solo os pido los lóbulos de vuestras orejas.

Y ellos respondieron:

—¡Ah!, ¿conque solo es eso? ¡Pues eso ni siquiera se verá, porque nos los taparemos con una chechía[4]!—.

Entonces cada uno de ellos le dio uno de sus lóbulos, y después los siete se llevaron la leche. Al cabo de unos días Ahmed Bou-Kricha volvió a ver al sultán para decirle:

—Si vuelves a ponerte enfermo, esta vez pídeles que te traigan el agua del arroyo que fluye entre dos montañas.

Y el sultán le respondió:

—¡Pero yo me pongo enfermo todo el tiempo!—.

Y Ahmed Bou-Kricha le respondió:

—Ya verás. Sé lo que te estoy diciendo.

—Espero que sea la última vez.

El día siguiente [el sultán] les pidió a sus yernos que le trajeran el agua, y ellos le respondieron:

—¡Ah!, ¿eso es todo? Pues iremos a buscarla.

Y como siempre Ahmed Bou-Kricha se puso a cantar:

 

¡Eh, eh, todos nosotros somos hijos del sultán!

¡Eh, eh, todos nosotros somos hijos del sultán!

 

Y sus cuñadas se burlaron de él. Entonces le dio una vuelta al anillo, se transformó en viejo y trajo el agua. Por el camino de regreso se encontró con sus cuñados y les preguntó:

—¿Qué estáis buscando?—.

Y ellos respondieron:

—El sultán nos ha pedido que le llevemos el agua de un arroyo que pasa entre dos montañas.

Y él les dijo:

—La tengo yo. Yo la tengo. Pero cada uno de vosotros tendrá que darme un dedo de su pie.

Y ellos respondieron:

—¡Ah!, ¿conque solo es eso? ¡Pues eso ni siquiera se verá, porque nos los taparemos con el zapato, y no se notará para nada!—.

Volvieron a ver al sultán y le llevaron el agua. Cuando por fin se terminaron los siete años de desgracias, Ahmed Bou-Kricha quiso organizar una gran fiesta para celebrar su boda. Entonces llamó a un escribiente y le dijo: “¡Toma nota!”. Y le dio una fecha. Después empezó a decirle que tal día iba a hacer una fiesta. Le decía:

—¡Escribe, escribe!: “quiero doscientas ovejas, doscientas vacas…”.

Bueno, y muchas cosas más. Y el escribiente se quedó mirándolo asombrado, con la boca abierta[5]. Ahmed Bou-Kricha le dijo entonces:

—¡Tú escribe y cállate!—.

En ese momento el escribiente le escupió, y Ahmed Bou-Kricha le dijo:

—¡Vuelve a escupirme!—.

El escribiente le miró extrañado, y Ahmed Bou-Kricha le dijo otra vez:

—Te digo que vuelvas a escupirme.

Y le volvió a escupir. Al momento el sultán se puso de pie y le dio una bofetada a Ahmed Bou-Kricha[6]. Ahmed Bou-Kricha le dijo:

—¡Vuelve a darme una bofetada!—.

El sultán se quedó mirándolo, y Ahmed Bou-Kricha le repitió:

—¡Te digo que vuelvas a darme una bofetada!—.

El sultán volvió a darle una bofetada y le dijo a Ahmed Bou-Kricha:

—¡Pero tú te estás burlando de mí!—.

Ya habían pasado los siete años de desgracias y durante todo ese tiempo, mientras sus cuñadas se burlaban de él, Ahmed Bou-Kricha le decía a su mujer:

—Ya verás, un día serás tú la que se ría de ellas.

El día de la fiesta trajeron todo lo que había pedido. Él invitó a sus padres y llamó al escribiente para que dijera en voz alta todo lo que había anotado. El escribiente empezó a contar:

—Tantas ovejas, tantas vacas… Y se puso a nombrar todo aquello.

Entonces [el escribiente] mencionó lo que había pasado con el escupitajo. Y el padre de Ahmed Bou-Kricha dijo:

—¿Cómo? ¡Un escupitajo!—.

Y Ahmed Bou-Kricha respondió:

—Sí, padre, no pasa nada.

Luego el escribiente mencionó lo de la bofetada. Y el padre de Ahmed Bou-Kricha dijo:

—¿Es verdad que te ha dado una bofetada?—.

Ahmed Bou-Kricha dijo:

—No pasa nada, no pasa nada. Fui yo quien trajo la leche de la leona. Me disfracé de viejo…—.

Y le dijo al sultán:

—Pídeles a tus yernos que se quiten sus chechías.

Entonces se las quitaron, y Ahmed Bou-Kricha dijo:

—¡Mira!—.

Y todo el mundo vio que les faltaban los lóbulos de las orejas. Sus mujeres se sintieron avergonzadas. Entonces Ahmed le dijo a su mujer:

—¡Ríete de ellos! ¡Ahora te toca a ti! Y eso no es todo: ¡quitaos los zapatos! El día que el sultán les pidió que le trajeran agua para beber, fui yo quien la consiguió. Yo fui quien les dio el agua, y mirad vuestros dedos de los pies. ¡Soy yo quien los tiene!—.

Los otros [yernos] estaban muertos de vergüenza. Entonces celebraron la fiesta durante siete días y sus siete noches. Después [Ahmed Bou-Kricha] se llevó a su mujer a su castillo. Por el camino, en el mismo lugar en que había perdido el caballo y todas sus cosas, se encontró un pelo. Al ir a recogerlo, tiró y desenterró todas sus cosas. Y Ahmed Bou-Kricha dijo:

—A la ida no conseguí sacar mis cosas con una cuerda. Y ahora, a la vuelta, con un simple pelo las he sacado todas. ¡Qué poderoso es Dios!—.

 

 

[1] Ahmed Bou-Kricha: lit. “Ahmed, el del pequeño omento”. El tópico del sujeto que lleva unos intestinos colgados de los hombros corresponde al motivo folclórico K1821.11 Disfraz con tripas en la cabeza. Aquí, en concreto, el motivo folclórico de las tripas en los hombros servirá en este cuento para poner de manifiesto la apariencia pobre y desaliñada del protagonista.

[2] Se refiere, evidentemente, al bigote de la cría de la leona.

[3] Aunque el resto del relato fue narrado en cabileño, la informante formuló estos versos en árabe (gâ h’na w’led el sultan).

[4] Chechía: gorro tradicional bereber, largo y de color rojo.

[5] Lo que el escribiente no se explicaba era cómo un individuo con aquel aspecto aspiraba a tantos regalos.

[6] Le abofetea por haberse dejado humillar. Téngase en cuenta que el honor es una de las virtudes que los cabilios guardan con más celo.

Resumen de ATU 938A

Misfortunes in Youth. A girl has to choose if she prefers to suffer in youth or in old age [J214]. She decides to suffer in youth and has to endure a long series of misfortunes. Finally she has good fortune. (Uther, 2004: I, 581).

[Desgracias en la juventud. Una niña tiene que elegir si prefiere sufrir en la juventud o en la vejez [J214]. Decide sufrir en la juventud y tiene que soportar una larga serie de infortunios. Finalmente, tiene buena fortuna. (Traducción de Laura Moreno Gámez)]