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Informantes
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Notas
El informante es natural de Sétif y residente en Argel desde hace más de treinta años. No recuerda exactamente quién se la contó, pero asegura que hubo de ser algún anciano que conoció al poco de instalarse en la capital argelina.
Esta versión, transmitida en árabe dialectal, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Traducción
Hadjitkum, madjitkum!
Encendí la vela en sus casas,
en vuestra habitación.
Antaño, en los tiempos antiguos…
Érase una vez…
Tengo un cuento, y os lo voy a contar. Había una vez un sultán conocido por ser muy bondadoso. Era muy generoso y comprensivo con sus súbditos. Todos los días, decenas de aldeanos acudían al castillo para pedirle lo que necesitaran, y el rey siempre les daba lo que le pedían. Un buen día el sultán llamó a su hijo y le dijo:
—Yo moriré pronto, y entonces tú serás sultán. Cuando gobiernes, no olvides nunca dar a la gente todo lo que te pida—.
Al cabo de un tiempo el sultán se puso enfermo; tanto que ni siquiera podía moverse de la cama. Sabía que le había llegado su hora. Durante toda su vida le había ocultado al príncipe que había un tesoro escondido en el castillo.
En fin, que un día murió el sultán, y el príncipe ocupó el lugar de su padre. Siguió el consejo de repartir bienes entre los súbditos y continuó gobernando como lo había hecho su padre. Así que en el pueblo no cambió nada de nada. Los habitantes iban al castillo, le pedían al nuevo sultán lo que necesitaran, y este se lo daba siempre sin poner ninguna pega.
Pero un buen día se dio cuenta de que ya no quedaba nada de nada en el castillo. Les había dado todo lo que tenía, y el palacio se había quedado vacío. Entonces el sultán se marchó del palacio y empezó a caminar por la aldea. Siguió caminando y caminando hasta que llegó a una ciudad. Entró en ella y llamó a la puerta de una de las casas. Cuando le abrieron, les dijo que necesitaba dinero y pidió algo de ayuda. La familia que vivía allí sabía de sobra que él era el sultán, pero, al oír que les estaba pidiendo limosna, le dieron un portazo en la cara.Pero el sultán no se dio por vencido y volvió a intentarlo. Volvió a llamar a otra puerta, y lo mismo… Fue pidiendo algo de dinero por muchas casas pero todos le dieron con la puerta en las narices.
Así que no le quedó más remedio que regresar al castillo. Entró en sus aposentos, que eran enormes, y allí encontró una silla. Estaba desesperado y muy triste, así que se subió a la silla, colgó una cuerda del techo y se la pasó por el cuello. Cuando retiró la silla, la cuerda se tensó y el techo se vino abajo. Entonces, de repente, empezaron a caer monedas de oro. Y siguieron cayendo y cayendo sin parar. Allí había más oro del que nunca había visto en palacio.
El sultán se quedó pasmado. Su padre nunca le dijo que había una gran fortuna escondida. No se lo dijo por maldad, sino porque jamás se le pasó por la cabeza. Olvidó que había un tesoro escondido en aquella habitación. Desde aquel día en el castillo volvió a haber oro; y había más que nunca. Enseguida el sultán llamó a diez hombres y les encomendó la misión de vigilar el oro. Les ordenó que cortaran la mano de cualquiera que intentara llevarse siquiera una moneda de oro. Les dijo:
—No permitáis que nadie se acerque al tesoro. Antes teníamos de todo; todos mis súbditos acudían a mí y yo les daba lo que necesitaban. Al final terminaron arrasando con todo. Yo mismo tuve que salir para pedirles ayuda a ellos, pero entonces nadie me ayudó. Por eso mismo, desde este momento, ordeno que no vuelva a salir nada de este castillo—.
Y aquel día el sultán se convirtió en el hombre más rico del mundo. El cuento se ha acabado.