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Notas
Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Traducción
Había una vez un sultán de un pueblo que se había casado con dos mujeres. Las dos dieron a luz a dos niños el mismo día, y las dos querían poner el nombre de M’hand[1] a sus hijos. Así que las dos llamaron M’hand a sus hijos. Los niños eran tan parecidos que se diría que eran gemelos.
Unos días después, la madre de uno de ellos murió. Entonces su hijo se quedó solo junto a su otro hermano, y la madrastra tuvo que criarlos a él y a su otro hermano. La mujer quería mucho más a su hijo que a su hijastro, pero no sabía quién era su verdadero hijo y quién era su hijastro. No podía distinguirlos, porque se parecían mucho.
Los muchachos crecieron hasta que se hicieron hombres. Ella quería saber quién era su verdadero hijo para tratarlo mejor que al otro y para ayudarle a ocupar el segundo puesto después de su padre, el sultán. ¿Y cómo hizo? Pues se fue a ver a un viejo del pueblo al que llamaban “abuelo anciano”. Se fue a verlo y le dijo:
—¡Hola, abuelo anciano mío! Hoy he venido para consultarte un asunto que me resulta difícil. Solo tú puedes ayudarme a resolverlo.
—Sí, hija mía. ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu problema?
—¡Padre anciano! Haré exactamente lo que tú me digas[2]. Tú solo dime lo que tengo que hacer—.
Él le dijo:
—¡No te preocupes, hija! Dime cuál es tu problema—.
Entonces ella empezó a contarle… Le dijo que ella era la sultana de tal pueblo, que era la mujer del sultán. [El sultán] se había casado con ella y con otra mujer, que se había muerto y que había dejado a un hijo único que se parecía muchísimo a su propio hijo, como si fueran gemelos. Incluso llevaban el mismo nombre. [Le dijo también] que no podía distinguir a su verdadero hijo de su hijastro. Y [después] le dijo:
—Ahora, padre anciano[3], dime lo que debo hacer. Dame tu opinión—.
El padre anciano le dijo:
—Degüella un gallo. Degüella un gallo y quítale las tripas grandes. Luego rellénalas de sangre y póntelas en el cuello, como si llevaras un collar. Además, ponte en el pecho algo dulce, un higo seco, un dátil, un higo chumbo o un higo; algo que sea dulce. En cuanto veas que [los dos] entran [en casa], grita y tírate al suelo. Haz como si te hubieras caído y estuvieras sufriendo. Entonces tu verdadero hijo irá corriendo a ver lo que te pasa, mientras que tu hijastro irá a comerse los dulces que llevas en el pecho en cuanto vea que se te han caído—.
Ella le dijo:
—¡Gracias, padre anciano!
Cuando llegó a casa, degolló un gallo, le quitó las tripas, las rellenó de sangre y se las colgó del cuello, como si fueran un collar. Se puso en el pecho higos, higos secos, dátiles y todo lo que era dulce. Cuando vio que sus hijos entraban en casa, gritó e hizo como que se caía al suelo. Tiró a un lado los higos y todo lo que era dulce y luego gritó. Los dos [muchachos] fueron corriendo. Su verdadero hijo corrió hacia ella y le preguntó: “¿Qué te pasa, madre?”. Mientras que su hijastro se fue a comer los higos que estaban en suelo. Así se dio cuenta que su verdadero hijo era el que había ido hacia ella. Enseguida le puso un pendiente en la oreja derecha para que de allí en adelante pudiera reconocerlos y distinguir a su verdadero hijo de su hijastro.
Y desde aquel día empezó a tratar mucho mejor a su verdadero hijo. Le daba a él todo lo que era bueno. Le preparaba cuscús con un trigo de calidad excelente, le daba higos e higos chumbos de buena calidad... Todo lo que era bueno se lo daba a su verdadero hijo. En cambio, a su pobre hijastro, aunque no lo dejó que se muriera de hambre, no le prestaba mucha atención. No le daba lo que era bueno, solo [le daba] las sobras que dejaba su hijo. Hasta que un día su hijastro terminó cansándose y decidió marcharse, dejar el pueblo y marcharse a otra parte. Les dijo:
—Yo me voy. Ya no puedo quedarme aquí. Voy a cambiar de país—.
Su hermano le dijo:
—¡Imposible, hermano! ¡Tú no vas a ninguna parte! ¡Quédate aquí conmigo! ¡No me dejes solo!
—No, hermano. Yo me voy ya—.
Su madrastra le dijo:
—¡Quédate! No te vayas, M’hand, hijo. Tú también eres mi hijo. Te pido perdón si te he hecho algo malo. Si te quedas, de ahora en adelante os trataré de la misma manera a mi hijo y a ti. Ya no voy a hacer diferencias entre vosotros.
—¡No, yo me voy ya!—.
Antes de irse plantó una higuera y le dijo a su hermano:
—Querido hermano, si ves que las hojas de esta higuera siguen verdes y tiernas, que sus higos son buenos, sabrás que tu hermano se encuentra bien y que está a salvo. Pero si ves que sus hojas se ponen amarillas y que empiezan a caerse al suelo, sabrás que tu hermano ha muerto o que le está sucediendo algo malo—.
Luego montó en su caballo, cogió su fusil y dos perros de caza. Los cogió y se marchó. Caminó y caminó hasta que se encontró con un viejo pastor que llevaba a pastar los pollos [del corral]. Como lo vio preocupado y muy triste, le dijo:
—¡Hola, sidi!
—¡Hola, hijo!—.
[Y M’hand le preguntό:]
—¿Qué te pasa? Perecéis tristes tú y tus pollos—.
El otro le dijo:
—Tengo un problema muy grande.
—¿Cuál es?
—Pues que siempre llega aquí un halcón y se lleva un pollo pequeño. Ahora ya no sé qué le voy a decir al dueño de estos pollos. Yo soy solamente un criado. No son míos y no sé qué decirle. Mi problema es muy grande—.
Y el muchacho le dijo:
—No te preocupes, que yo voy a matar a ese halcón—.
[El muchacho] se quedó vigilando y, en cuanto vio que el halcón se acercaba para llevarse al pollo, lo mató con su fusil de caza. El pobre pastor se puso muy contento y le dio una gallina como recompensa por ayudarle y matar al halcón. Pero M’hand no quiso llevársela, y le dijo:
—Gracias, pero guarda esa gallina, y un día volveré a recogerla—.
Después caminó y caminó hasta que se encontró con un pastor que llevaba a pastar vacas. Y, como también lo encontró muy triste, le preguntó:
—¿Qué te ocurre?
—Pues que siempre viene un monstruo y me roba una ternera pequeña. Y ahora no sé qué hacer. Casi me ha robado todas las vacas—.
Le dijo:
—No te preocupes, que yo me voy a poner a vigilarlo y, en cuanto llegue, lo voy a matar.
Así que M’hand se quedó vigilando detrás de una roca, y en cuanto llegó [el monstruo], lo mató. El pastor se puso muy contento y le regalό una vaca. Se la dio y le dijo que era por haber matado al monstruo. M’hand le dio las gracias y le pidió que se la guardara.
Caminó y caminó hasta que se encontró con un pastor que llevaba a pastar un rebaño de ovejas. Entonces le dijo:
—Parecéis tristes tú y tus ovejas.
—El chacal siempre se lleva una de mis ovejas, y no he podido atraparlo. Todos los días coloco trampas, pero no he podido atraparlo—.
Así que M’hand se puso a vigilar al chacal, y en cuanto llegó, lo mató. Y volvió a suceder lo mismo: el pastor le dio una oveja.
Luego caminó y caminó hasta que se encontró con un pastor que llevaba a pastar camellos. Lo encontró llora que te llora. Estaban tristes él y sus camellos. Entonces le dijo:
—¿Qué te pasa?
—¡Hay un león en este bosque que siempre se lleva uno de mis camellos!—.
Y volvió a pasar lo mismo: lo mató, y luego el pastor le dio un camello como recompensa por haberlo ayudado. M’hand le dio las gracias y le dijo que se lo guardara.
Continuó su camino. Caminó, caminó y caminó hasta que se encontró con una muchacha joven y guapa que estaba llorando. A su lado había un cuenco de cuscús y carne. Le dijo:
—¡Buenos días, muchacha! ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?
—¡Es mejor que no te lo cuente! Si empiezo a contártelo, no tendré suficiente con varios días y varias noches para terminar [de contarte] mi problema y mi historia—.
Le dijo:
—¡Dime qué te pasa!
—Hay una ogresa que tiene siete cabezas. Vive aquí, en el río, y se niega a dejar que saquemos el agua del rio. A principios de cada año debemos darle un cuenco de cuscús de buena calidad, un cordero para que se los coma. Pero tenemos que darle también una muchacha para que se la coma y nos deje sacar agua del río. Si no lo hacemos, todo el pueblo morirá de sed, y no habrá agua. —Y siguió diciendo— Hoy me toca a mí. Yo soy la hija del sultán de este pueblo. Hoy le toca al sultán entregar a su hija a la ogresa—.
M’hand habló y le dijo:
—Tú vuelve a tu palacio, a la casa de tu padre, que yo voy a matar a esa ogresa de siete cabezas.
—¡No, no puedo irme! Si me voy, mi padre va a pensar que me he escapado y me va a matar. ¡No, no me voy!
—Dame el cuscús y la carne, que me los voy a comer.
—No puedo dártelos. Ahora vendrá la ogresa de siete cabezas y, si no encuentra algo que comer, no le va a devolver el agua a la gente del pueblo, y todos se morirán de sed.
—Dame de comer, y cuando venga la ogresa, yo me encargaré de matarla—.
Al final ella le dio [la comida], y él se comió el cuscús, la carne y le dijo:
—Ahora que ya he comido voy a dormir un poco. Despiértame cuando llegue la ogresa—.
Comió y durmió. La muchacha se puso a temblar, porque tenía mucho miedo y estaba esperando que la ogresa viniera. En cuanto vio a la ogresa, lo despertó y le dijo:
—¡Mira, ha venido la ogresa!—.
Y él se levantó en cuanto la vio. La ogresa dijo:
—¿Dónde está mi cuscús, el cordero y la muchacha? ¡Si no [me los dais,] no os daré agua!—.
Entonces él sacó su espada, con la que solía luchar. Le dio un golpe a la ogresa y le arrancó una cabeza. La ogresa le dijo:
—¡Yo tengo siete cabezas y esa no era mi última cabeza!—.
Y M’hand le dijo:
—¡Y ese no era mi último golpe!—.
Volvió a darle otro golpe con la espada y le arrancó su segunda cabeza. Ella le dijo:
—Esa no era mi última cabeza. ¡Todavía me quedan cinco!—.
Y él le dijo:
—¡Y ese no era mi último golpe!—.
Y así hasta que llegó a la última cabeza. En aquel momento la ogresa le dijo:
—¡Esa era mi última cabeza!—.
Y M’hand le dijo:
—¡Y ese era mi último golpe!—.
Y así fue como mató a la ogresa de siete cabezas. Luego M’hand le dijo a la muchacha:
—Ahora que la ogresa ya está muerta, puedes volver a la casa de tu padre, a palacio. Diles que ya has matado a la ogresa—.
Ella le dijo:
—No me van a creer si se lo digo. Tienes que venir conmigo para demostrarles que la has matado—.
Pero él no quiso acompañarla. Se quitó un zapato, se lo entregó a la muchacha, y le dijo:
—Enséñales este zapato a los hombres del pueblo y diles que quien mató a la ogresa fue el dueño de este zapato. Así vendrán a llevársela de aquí y a limpiar de sangre este río—.
Cuando [la muchacha] se marchó [al palacio], el sultán del pueblo se quedó sorprendido y no se creyó lo que le había contado su hija. Se quedó pasmado, y cuando averiguó que era verdad, que había matado a la ogresa, les dijo [a los hombres del pueblo]:
—Entregaré a mi hija en matrimonio a quien haya matado a la ogresa de siete cabezas y haya salvado de la muerte a mi hija—.
Conque se pusieron a buscarlo y a buscarlo, pero no lo encontraron. Fueron a buscar a todos los hombres del pueblo y les fueron probando el zapato uno por uno. [Conocerían] al salvador del pueblo, [porque a él] le sentaría bien [el zapato]. Y la muchacha acompañό a los hombres para reconocerlo. Pero no consiguieron encontrarlo.
Hasta que por fin un día fue un hombre a decirles que había un forastero que vivía en el bosque de abajo. Les dijo que creía que había sido él quien había matado al monstruo del bosque y quien había salvado a la hija del sultán. El sultán y su hija se fueron a buscarlo. Le pusieron el zapato y se dieron cuenta de que era suyo. Además, la hija lo reconoció y le dijo [a su padre] que ese era [el héroe]. El sultán se quedó contento y casó a su hija con el forastero. Y así fue como se convirtió en sultán de aquel pueblo.
Un día el sultán le dijo:
—Todo, todo lo que hay aquí, es decir, el bosque, las casas… todo lo que ves aquí es tuyo— | porque a M’hand le gustaba cazar , te había dicho antes que tenía dos perros de caza y un fusil. El sultán le dijo— Puedes ir adonde quieras excepto al bosque que está detrás de los palacios—.
Le dijo que aquel bosque era territorio de la ogresa y que sería mejor que no pasara por allí, porque [la ogresa] se lo comería.
Un día M’hand salió a la caza. Es probable que en cierto momento se le cayera su fusil al bosque de la ogresa. Así que se fue a recuperarlo... En fin, en cuanto la ogresa lo vio, se lo comió a él, a sus dos perros y a su mulo. Se los comió a todos.
En su verdadero pueblo, donde había dejado a su hermano, a su padre y a su madrastra, su hermano vio que el árbol se había puesto amarillo y que sus hojas habían empezado a caerse. Así fue como se dio cuenta de que algo malo le estaba pasando a [el otro] M’hand. O se había muerto o algo malo le había pasado. Entonces se preparó y le dijo a su madre:
—Me voy a buscar a mi hermano, que algo malo le ha pasado—.
Le dijo que las hojas del árbol habían empezado a caerse y que tenía que ir a buscar a su hermano. Su madre le dijo:
—No, no puedes ayudar a tu hermano. ¡Se ha muerto, y ya está!
—Te he dicho que me voy a buscarlo, ¡así que me voy! Lo traeré de vuelta aquí, vivo o muerto. No volveré sin mi hermano—.
Luego cogió su caballo, sus dos perros y su fusil y se marchó. Caminó y caminó hasta que se encontró con el pastor de las gallinas, que le dijo:
—¡Bienvenido, M’hand! ¡Hace mucho tiempo! ¡Ven a llevarte tus gallinas! Tu gallina ha tenido otras gallinas. ¡Llévatelas todas!
—¡Ah, no! Déjalas para otro día—.
Y después le volvió a pasar lo mismo. Se encontró con el pastor de ovejas, quien le dijo:
—¡Bienvenido, M’hand! Tu oveja ha parido varias ovejas más. ¡Llévatelas todas!
—Gracias, pero déjalas—.
Y así se dio cuenta de que su hermano había pasado por allí y estaba seguro de que lo iba a encontrar. Y le volvió a pasar lo mismo cuando se encontró con los pastores de caballos y de camellos. Y así y así hasta que llegó al pueblo del sultán. En cuanto lo vio llegar el sultán le dijo:
—¡Bienvenido, M’hand! ¿De dónde vienes? Te hemos estado buscando hasta que acabamos pensando que la ogresa te había comido. No has vuelto desde que te fuiste a cazar al bosque de la ogresa—.
Así [el hermanastro] comprendió que la ogresa había matado a su hermano. ¿Y qué hizo? Pues se fue y reunió a muchas serpientes y escorpiones. Luego los metiό todos en un saco. Se puso de acuerdo con su caballo y sus perros para tender[le] una trampa [a la ogresa]. Les dijo que iban a meterse en el bosque de una ogresa. Les dijo también que cuando entrasen, él iba a tirar las serpientes a la cabeza de la ogresa para asustarla. Le dijo al caballo que le diera una coz [a la ogresa] y que la tirara al suelo. Y a los perros de caza les pidió que le abrieran el vientre con mucho cuidado para [que él pudiera] sacar a su hermano. Se fueron, se metieron en el bosque, y la ogresa dijo:
—¡Sé bienvenido! ¡Sed bienvenidos! —y le dijo a M’hand —Baja del caballo y descansa un poco—.
Él se bajó y luego les dijo:
—¿Qué es lo que os ha traído por aquí? ¿Qué necesitáis?—.
[M’hand] se puso a hablar con ella un rato para distraerla, y cuando se dio cuenta de que [la ogresa] tenía hambre y de que estaba buscando algo que llevarse a la boca, le dijo:
—Mi caballo es gordo. Tiene las patas gordas por detrás, porque están llenas de grasa. Si quieres comer, pues empieza por la parte trasera de sus patas, que están llenas de grasa—.
La ogresa se puso muy contenta y se fue a comerse las patas del caballo. En ese momento [el caballo] le soltó una coz, y [la ogresa] se cayό al suelo. Después [M’hand] le lanzó las serpientes y empezaron a darle picotazos. Y mientras tanto los dos perros fueron abriendo el vientre de la ogresa poco a poco. Entonces [M’hand] sacó a su hermano, a los perros y al caballo [de su hermanastro]. Su hermano había muerto, porque se había quedado demasiado tiempo en el vientre de la ogresa. Entonces lo puso a un lado y él empezó a llorar. Decía:
—¡Oh, querido hermano, te has ido y ya no volverás nunca más!—.
Después pasaron a su lado dos salamanquesas que estaban discutiendo, y él les dijo:
—¡Marchaos de aquí! ¡Dejadme tranquilo! ¡Id a pelearos a otra parte! Mi querido hermano ha muerto. ¡Id a pelearos a otro sitio!—.
Las dos salamanquesas continuaron peleándose a su lado hasta que una de ellas por fin terminó matando a su hermana y empezó a llorar y a decir:
—¡Ay, he matado a mi hermana! ¡Ya está muerta! —Y siguiό diciendo— No hay problema, porque ahora voy a devolverla a la vida.
¿Y qué hizo la salamanquesa? Pues se marchó y arrancó una hierba del bosque. La escurrió y le sacó el jugo. Luego se lo puso en la boca [a su hermana]. Entonces se despertó la [otra] salamanquesa. No se había muerto del todo.
Entonces M’hand se puso muy contento y trajo la misma planta. Le sacó el jugo y se lo dio de beber a su hermano. Al momento se despertó. No se había muerto del todo. Luego volvieron a la casa del sultán y le contaron [lo que había sucedido]. Le dijeron que eran gemelos y esto y lo otro…
El sultán se puso muy contento y les preparó una boda [a cada uno]. Les dijo que se quedaran en aquel pueblo y que ellos iban a ser los sultanes. Pero ellos no aceptaron. Le dijeron que ellos ya tenían un pueblo. M’hand se llevó a su mujer y se fue con su hermano a casa de su padre, a su verdadero pueblo. Se quedaron a vivir allí.
Su madrastra se puso enferma y no cambió [de actitud]. Siguió haciéndoles todo tipo de jugarretas, tanto a M’hand como a su esposa. Así que al final decidieron dejarla sin comer ni beber durante siete días y siete noches para que cambiase su comportamiento. Luego se la llevaron de casa y siguieron viviendo todos juntos.
[1] En los cuentos cabileños, M’hand suele encarnar el héroe valiente y brillante que mata a los ogros y salva a las princesas.
[2] Lit. Tú eres la albarda y yo la carga (en cab. kw cini tabarda, nekkini tinaqalin).
[3] Se trata de un lapsus de la informante. Recuérdese que anteriormente lo había llamado “abuelo anciano” en dos ocasiones.