El socio del sultán y las tripas [El-Shamy 1223§]

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Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 1557n

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Notas

Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.

Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Traducción

Había una vez un sultán que era tan rico que ni siquiera sabía dónde guardar su riqueza. Un día se puso a rezar a Dios:

—¡Ay, Dios! Si me quieres de verdad, envíame a alguien que me ayude y que vigile mi riqueza—.

Un día Dios le envió a alguien. El hombre lo acompañó, comieron juntos y acabaron haciéndose socios. Pero el socio del sultán se gastaba todo lo que caía en su mano. En solo unos años el sultán lo había perdido todo. Entonces se puso triste porque era el hazmerreír de los sultanes de los demás países. Así que fue a consultar al viejo sabio y le dijo:

—¡Ay, anciano, esto y eso, y lo otro…! Le rogué a Dios que me enviara un socio. Y me lo envió, pero me dejó arruinado—.

Y el otro le dijo:

—Déjale que se vaya, que se vaya de la ciudad. Deja que lo acoja su familia, que se vaya a hacerles una visita—.

De modo que el sultán le dio una yegua a su socio y le dijo: “Vete con tu familia”.

Así que el socio del sultán se puso a caminar. Estuvo caminando y caminando hasta que llegó a cierto lugar, y allí se quedó sentado. Luego se puso a jugar con un palo en la tierra y entonces, removiendo, removiendo, desenterró unas tripas y se quedó mirándolas. Se quedó asombrado y dijo: “¡Oh, Alá es el único dios!” y empezó a jugar con ellas. Metió el pulgar en las tripas. Después metió la boca. Metió el brazo… Se las metió por la cabeza y se las llevó puestas como si fueran un jersey, y dijo: “¡Oh, Alá es el único dios!”. Luego se las quitó y las volvió a dejar en el suelo. Y nada más quitárselas, las tripas se encogieron y volvieron a su forma anterior. Se pusieron como antes, es decir, estrechas. En aquel momento alguien que pasaba por allí le preguntó qué estaba haciendo. Y él respondió:

—Mira, hacen lo que yo les ordeno—.

Y el otro dijo:

—¡Tienen alma! ¡Qué Dios te traicione!—.

Así que cogió las tripas y volvió a ver al sultán. Y le dijo:

—Haznos esto para cenar esta noche—.

Y el sultán respondió:

—Pero ¿cómo quieres que te haga estas tripas para cenar?

—¡Pues tú hazlas para cenar y ya está!—.

Y el sultán le dijo:

—Si eso es lo que quieres, vamos a cocinarlas, hijo—.

El otro insistió:

—Vamos a comernos estas tripas. Comeremos y comeremos hasta que ya no podamos más—.

De modo que prepararon la comida y pusieron en la mesa un plato relleno de carne. Y luego empezó a decirle a las tripas:

—¡Come, come, fulano!—.

Y las tripas tomaron un pedazo de carne. Entonces él volvió a decir:

—¡Come, come, fulano!—.

Y las tripas dijeron:

—¡No, que ya estamos llenas!—.

Y él les preguntó:

—¿Por qué?—.

Y las tripas respondieron:

—Ya no podemos más. Dios nos hizo así—.

Y él se quedó muy sorprendido, porque se dio cuenta de que a las tripas les bastaba con poca comida.