El anillo maldito y los demonios

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Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 1561n

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Notas

Esta versión, transmitida en árabe, ha sido traducida por Óscar Abenójar.

Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Traducción

Hadjitkum. Madjitkum.

Encendí la vela en sus casas,

en vuestra habitación.

Antaño, en los tiempos antiguos…

Érase una vez…

Tengo un cuento, y os lo voy a contar. Esta historia sucedió en un pueblo muy, muy grande, en el cual vivía mucha gente. El pueblo estaba en un bosque; en realidad, encajado entre un bosque y un río. La gente que allí vivía era feliz, alegre, enérgica, emprendedora y sabía disfrutar de la vida. En el pueblo vivía un hombre que estaba casado y que tenía un hijo. El muchacho solía ir al bosque a jugar. Nadie más iba a jugar con él. Siempre iba solo. En cuanto llegaba al bosque, se ponía a jugar en la hierba.

Una noche los vecinos del pueblo salieron de sus casas con materiales de construcción. Eran todos hombres e iban cargados con maderas. Cada uno de ellos llevaba un pedazo, porque tenían la intención de construir una cabaña. Como era de noche, tuvieron que encender fuego. Pero en aquella ocasión, nada más encenderlo, empezaron a salir unos demonios. Se extendieron por todas partes y enseguida se metieron en las casas de los vecinos. Cada vez que entraba uno en una casa se ponía a destrozar todo. Tiraban al suelo todo lo que encontraban a su paso, destrozaban los armarios, todo…

La gente del pueblo estaba completamente indefensa. No podía vivir allí, pero tampoco podía huir ni nada… Los diablos salían noche tras noche y arrasaban el pueblo. Cada noche, los demonios salían del fuego e invadían todas las casas. El muchacho también estaba muy asustado.

Un día, como de costumbre, iba caminando por el bosque. Iba caminando por la hierba con mucho miedo, cuando, de repente, se encontró un anillo en el suelo. No era muy grande… Era pequeño, dorado, y tenía una inscripción en el interior. Lo recogió, lo miró de cerca, y vio que la inscripción decía: “Satán”, que era el nombre del Diablo. Al muchacho le llamó la atención y se lo puso en el dedo. Luego intentó quitárselo. Pero no pudo, no había manera.

Aquello sucedió durante el día, no por la noche. Los aldeanos habían apagado el fuego que habían encendido la noche anterior. Ya no quedaba ni una sola llama, y sin embargo los diablos no dejaban de atormentar a las gentes del pueblo.

Al ver que no podía quitarse el anillo, el muchacho volvió corriendo a casa y se encontró con su madre:

—¡Mira, mamá, lo que me he encontrado en el bosque! —le dijo.

—¿Se puede saber dónde te has encontrado eso?

—Me lo he encontrado en el bosque —dijo el muchacho—. En cuanto me lo puse en el dedo, ya no me lo pude quitar y siguió diciéndole a la madre—, he intentado quitármelo, pero no hay manera.

La madre le dijo:

—¡Quítatelo ahora mismo!

—Eso es lo que me gustaría a mí. Pero es que no puedo.

La madre intentó quitárselo ella misma, pero tampoco lo consiguió. Entonces le dijo:

—Bueno, pues espera un poco a que vuelva tu padre, y que lo intente. Ya veremos si él es capaz de quitártelo.

Llegó el padre e intentó quitárselo, pero tampoco lo consiguió. Entonces se dijo a sí mismo: “Y ahora ¿cómo se supone que vamos a quitarlo?”. Después de quedarse un rato reflexionando, les dijo a su mujer y a su hijo:

—Mirad, no hay manera de quitar este anillo.

El padre conocía a un anciano que vivía en aquel pueblo. Era un hombre muy mayor y sabía mucho de aquellas cosas. Le pidió a su hijo que lo acompañara a ver al anciano, porque estaba seguro de que él encontraría una solución. Aquel sabio vivía solo en una casa. Llegaron allí y llamaron a la puerta. El anciano abrió y el padre lo saludó:

—Que la paz sea contigo.

—Que la paz sea contigo. Buenos días —respondió.

—¿Qué tal estás? —le preguntó el padre.

—Muy bien, muy bien, gracias a Dios. Pasad, pasad…—.

Cuando entraron en la casa, el padre le preguntó al anciano:

—Escucha, aquí te traigo a mi hijo, que dice que se encontró este anillo en el bosque.

Nada más escuchar aquello el anciano miró al muchacho y le preguntó:

—Pero ¿se puede saber cómo se te ha ocurrido ponerte eso? ¿No se te ha pasado por la cabeza que acaso podría estar embrujado? Dime, ¿por qué te lo pusiste?—.

Y el padre le dijo:

—Está bien, déjalo. No lo regañes. Es que mi hijo no sabe nada de esas cosas.

—No pasa nada —dijo el muchacho.

A continuación el anciano empezó a recitar un versículo coránico. Se puso a leer y a leer, y cuando hubo acabado, volvieron a intentar sacarle el anillo. Y aquella vez sí lo lograron. Entonces el anciano le dijo:

—Mira, este anillo tiene una inscripción demoníaca. Así que lo que tienes que hacer es tirarlo al fuego para que los diablos regresen al lugar que les corresponde.

Luego se despidieron del sabio y volvieron a casa. El muchacho tiró el anillo al fuego, y entonces su madre le dijo:

—Por suerte te has deshecho de ese anillo. Si no lo hubieras hecho, ¡los demonios habrían acabado con todos nosotros!