El hijo ingrato y el hígado parlante [El-Shamy 980H§]

Audio

Clasificación

Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 1562n

Informantes

Recopiladores

Notas

Esta versión, transmitida en cabileño, ha sido traducida por Óscar Abenójar.

Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

Transcripción

Traducción

Había una vez hace muchos, muchos años una mujer cuyo marido había muerto. Ella se había quedado sola con su hijo. Era muy pobre y no tenía a nadie. Vivía sola en una habitación. No tenía a nadie que le diera dinero o que le llevara comida. Se dedicaba a trabajar para otros. Ella les cultivaba la tierra y la araba. También trabajaba dentro de las casas. Y todo eso lo hacía solo a cambio de un poco de trigo para alimentar a su hijo.

La mujer le llevaba a su hijo todo lo que fuera dulce y bueno, ya fuera un higo o un higo chumbo. Lo cogía fuera de casa y se lo llevaba a su hijo.

Los días fueron pasando… Pasaron los meses y los años. Su hijo fue creciendo y le llegó la edad de casarse. Un día su madre empezó a buscarle una muchacha que fuera de buena familia para casarlo. Y al cabo de unos días le llevó a una mujer muy guapa, hermosa como una joya. Durante los primeros días la novia quería a su suegra como si fuera su propia madre. Pero cuando tuvo hijos, dejó de quererla y solo se buscaba excusas para discutir con ella.

A la pobre anciana no le importaba mucho el comportamiento de su nuera. Lo único que quería era que su hijo fuera feliz. Así que no se quejó y nunca le dijo nada a su hijo sobre lo que le estaba haciendo su mujer. Hasta que un día, por la tarde, cuando el marido llegó a casa, su esposa le dijo:

–¡Ay, el mejor de los hombres, padre de mis hijos y hombre de mi vida! Tu madre se ha convertido en una enfermedad en esta casa. Me la encuentro por todas partes. Ya no puedo vivir con ella—.

Su marido le dijo:

–Y ¿qué quieres que haga? Es mi madre. Fue ella la que me crio en la miseria e hizo de mí un hombre. Fue ella la que te trajo a esta casa. ¿Qué quieres que le haga?—.

Su malvada esposa le dijo:

–¡Arréglatelas como quieras! ¡Haz lo que te dé la gana con ella, pero yo no quiero encontrármela en casa mañana por la mañana!—.

Y dijo él:

–Y ¿qué propones que le haga?

–Pues llévatela al bosque y mátala. ¡Ah!, y tráeme su hígado para demostrarme que la has matado.

–¡Es imposible que le haga eso! ¡Es mi querida madre!

–O se lo haces o no volverás a verme ni a mí ni a tus hijos. Nos iremos de casa y ya no volverás a vernos nunca más—.

Al pobre hombre no se le ocurría ninguna solución. Ya no sabía qué hacer. Se quedó toda la noche pensando en qué podría hacer. Al día siguiente se levantó y le dijo a su madre:

–¡Mi querida madre!—.

Y dijo ella:

–¿Sí, hijo mío?

–¡Vamos, ven conmigo!

–No hay problema, iré contigo adonde quieras, querido hijo. Me voy contigo—.

Él se marchó. Se llevó a su madre al bosque y allí la mató. Le sacó el hígado y lo metió en la capucha de su burnús.

Por el camino de vuelta a casa se encontró con todos los hombres del pueblo, que le estaban cortando el paso. Se enfrentaron a él: uno con un cuchillo, otro con una navaja, otro con un hacha... Querían matarlo por haber asesinado a su madre. Cuando se acercaron a él con la intención de matarlo, el hígado de su madre empezó a hablar desde la capucha del burnús y les dijo:

–¡No, por favor! ¡No lo matéis! ¡Es mi querido hijo! ¡Es el hijo de mis entrañas! Aunque me haya matado él a mí, mi amor de madre nunca podría permitir que lo matarais.