Canto a la mujer cordobesa

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Notas

Es un versión de un poema de Julián Sánchez-Prieto, “El pastor poeta” (Ocaña, 1886-Colmenar Viejo, 1979), perteneciente a su obra de teatro Un alto en el camino (1928). Vid. “Ayer fue enterrado el pastor poeta”, El País, 1050 (19-9-79). Se popularizo a partir de la versión “Romance a Córdoba” de Pepe Marchena.

Aclaraciones léxicas:

grupo: por grito.

las andujas: por los andares.

peina: ‘peineta’ (DRAE: 2014, p. 1666).

amanda: por manda.

Transcripción

Era artista y cordobesa,
con andares de gitana;
ríe como una princesa,
habla como una gitana.
 
¡Si la viereis a caballo!
En Córdoba la encontré.
En Córdoba, sí, allí fue,
cuando a la feria de mayo
las treinta mulas compré.
 
Comenzando la corrida
en la que Antonio el Cañero
sacando su jaca hería
puso el rejón más certero
que había puesto en toa su vida.
 
Y estábamos Paco Gil,
Pedro el del Puente Genil
el sabio Niño de Lora,
y yo, a la puerta un mercantín
tomando una de pastora.
 
¡Qué bullir, cuánta alegría!
De aquel trajín que no cesa
en el que contribuía
la gracia y soberanía
de la mujer cordobesa.
 
No te puedes figurar,
tú que aquello lo conoces
de cuando fuiste a comprar
la yegua, el rumor de voces
de la calle Gondomar.
 
Basta que tú me lo digas.
Como reguero de hormigas
las mujeres paseaban,
y todas al pelo llevaban
flores en lugar de espigas.
 
Y entre mujeres y flores
pasaban los domadores
por delante de nosotros,
luciendo sobre sus potros
los atalajes mejores.
 
¡Qué de coches, qué de troncos!,
donde los caballos broncos
mostraban todo su brío,
yendo los cocheros roncos
de tanto hablarle al gentío.
 
Y entre tanta animación,
un grupo* de admiración      
alarmó a la gente seria,
cuando por la Concepción
se vio subir a la feria
 
el cuerpo más soberano,
más gallardo y más serrano
que viera de sol la luz,
sobre un potro jerezano
del mejor hierro andaluz.
 
Luciendo un traje campero
de lujosas bordaduras,
y al son de sus herraduras
el caballo postinero.
 
De ángel que tenga su cara
no tienen allí en el cielo,
de su hermosura tan rara,
que si un ángel la mirara
los demás sintieran celos.
 
Como dos finos manojos
de claveles reventones,
eran sus labios de rojos;
eran dos finos crespones        
la luz que daban sus ojos.
 
Era arrogante y morena,
su pelo como la pena
que desgarra las entrañas
y llevaba las pestañas
de la propia Macarena.
 
Caballo mejor domao
ni mejor atalajao
ningún andaluz lo sueña,
ni traje mejor cortao
que el que lucía su dueña.
 
Era de plata el herraje,
el forro y el hebillaje,
como el caballo de un rey.
 
Y era tanta su destreza
para fijar con limpieza
las andujas* de la jaca,  
que entre todos se destaca.
 
Pues ya veis si llevaría
el potro con gallardía,
cuando hasta el mismo Cañero
tiró a su paso el sombrero,
diciendo con alegría:
 
—Mezcla de gitana y reina,
llegó entre palmas y olés
con espuelas de oro en los pies
y por corona y por peina*
un sombrero cordobés—.
 
Y al paso de su alazán,
la gente se descubría,
pues todo el mundo creía
que sería el gran capitán
de toda la Andalucía.
 
Una vuelta dio al paseo
y el potro con su braceo
quebraba su lindo talle.
 
Y aquella mujer tan bonita
se iba meciendo orgullosa,
como en la mejor maceta
se mece la mejor rosa.
 
Hablé con ella yo un día,
puse en ella mi alegría,
mis afanes y mis penas,
y hoy por su gusto daría
más sangre que hay en mis venas.
 
Sé que no me pertenece,
que no es de mi condición,
pero ya no hay solución:
el hombre siempre obedece
cuando amanda* el corazón.