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Notas
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Una niña que era muy, muy, muy obediente: obedecía mucho a su madre, cumplía con todas sus obligaciones del colegio, bueno… Entonces un buen día la madre, como se portaba tan bien, tan bien, decidió comprarla unos zapatos de charol. Imagínate, unos zapatos de charol en aquella época. Aquello fue, vamos, impresionante. La niña, claro, los cuidaba muchísimo.
Pero un día, la mandó la madre a buscar agua a la fuente y, mira por dónde, dijo: "¡Qué oportunidad más buena de salir a la calle con los zapatitos de charol!" Entonces la niña cogió los zapatitos, se los puso, y se fue hasta la fuente.
Pero al llegar a la fuente, temiendo que se la mojaran, se los quitó y los puso encima de una piedra. Y, cuando volvió a casa, se dio cuenta de que no llevaba los zapatos, que se los había dejado en la fuente. Y volvió, corre que te corre, a por ellos y, cuando llegó, no estaban los zapatos. Entonces, había por allí un señor que era un poco malvado, más bien mucho, muy malvado, y dijo:
—¡Uy! A esta niña igual… encuentro yo un filón—.
Vale, pues cogió un saco que tenía y la dijo a la niña:
—Mira—.
Porque ella solo que hacía llorar:
—¡Quiero mis zapatitos de charol! ¿Dónde están mis zapatitos de charol?—.
Entonces el señor le dijo:
—Mira, bonita, los zapatitos de charol están metidos en este zurrón —dice—, entra a buscarlos—.
Entonces la niña entró ¿y el malvado qué hizo? Ató el zurrón, se le echó al hombro, y dijo:
—Con esto voy a intentar ganarme la vida—.
El señor del zurrón, pues se iba de pueblo en pueblo, llegaba a la plaza y, antes de llegar, la enseñó a la niña a… la dijo:
—Mira, yo voy a dar un golpe al zurrón y diré: “¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca” y entonces tú cantarás una canción, si no, te seguiré zurrando—.
Entonces nada, llegaron a la plaza, empezaron a, a avisar a todo el pueblo, que había un señor que tenía un zurrón encantado que, bueno, una maravilla. Claro, entonces toda la gente del pueblo iba a la plaza y llegaba el señor del zurrón, ponía el zurrón en medio de la plaza y le daba un golpe y le decía:
—¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca—.
Y entonces la niña cantaba:
“En un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré,
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé”.
Bueno, la gente del pueblo, un zurrón que cantaba… bueno, bueno, aquello era, bueno, le daban monedas de todo tipo, le daban viandas, bueno, bueno, bueno. El señor se empezó a inflar, a inflar, a hacerse rico, y claro, eso él no lo quería dejar, ni muchísimo menos.
Total, que se fue a otro pueblo, y en otro pueblo hacía lo mismo: llegaba a la plaza, ponía el zurrón en medio de la plaza, le daba un golpe:
—¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca—.
Y la niña empezaba a cantar:
“En un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré,
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé”.
Bueno, era un éxito total. O sea, el pue- | ya en los pueblos se fue corriendo la voz y, cada vez que aparecía el señor del zurrón, pues aquello era, vamos, un éxito total.
Pero mira por dónde, andando, andando, andando, el señor del zurrón se le olvidó el pueblo donde había recogido a la niña, y llegó a ese pueblo.
Y entonces, llegando a la plaza, él se, se, se alojó en una posada y hizo lo mismo: hizo | dio campanadas para que la gente supiera que estaba allí, y tal y cual, y nada, y se puso en la plaza, hizo lo mismo que en otros pueblos, puso el zurrón en medio de la plaza, y le dijo, le dio un golpe y le dijo:
—¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca—.
Y la niña:
“En un zurrón voy metida,
en un zurrón moriré,
por culpa de unos zapatos
que en la fuente me dejé”.
Bueno, aquella voz | la señora de la posada donde estaba el señor del zurrón, dijo:
—¡Uy!, ¡cuánto me suena! Esa voz me suena muchísimo, parece de la niña que perdió los zapatos y que desapareció—.
Como estaba en la posada suya, dijo:
—Aquí, a callar. Cuando llegue esta noche a la posada, vamos a investigar a ver qué pasa—.
Entonces, claro, cuando llegó el señor del zurrón a la posada, guardó el zurrón en un cuarto y él se fue a su cama.
La posadera cogió el zurrón, lo abrió, y justo, ¡allí estaba la niña!, ¡era la misma niña que habían secuestrado unos años antes! La señora la había reconocido.
Entonces la señora, ¿qué hizo? Sacó a la niña, la dio sus zapatitos, y la mandó para su casa. Y en la, en el zurrón metió sapos, serpientes, cocodrilos… Todas las alimañas que encontró a su mano las metió en el zurrón.
Y entonces, al día siguiente, que tenía otra sesión en la plaza, cogió el señor, puso el zurrón en medio de la plaza y le dio un golpecito:
—¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca—.
Y, de momento, silencio.
Y ya volvió a darle otro golpe, y dice:
—¡Canta, zurrón, canta! Que si no, te doy con la palanca—.
Y aquel saco empezó a moverse, a retorcerse, a retorcerse… Volvió a repetirlo por última vez y ya, las, las | todos los bichos que había metido la posadera en el saco, empezaron a estallar, salieron del saco, echaron a correr detrás del, del señor del zurrón, y el señor salió corriendo, corriendo, corriendo por los campos, huyendo de todas las alimañas, y se perdió en el bosque.
Desde entonces ya no se pudo, no se supo más del zurrón encantado ni del señor del zurrón. La niña vivió feliz con su mamá, y la posadera, muy contenta de haber salvado la vida a la niña del zurrón.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.