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Notas
Este registro ha sido editado en el marco del proyecto de I+D del Ministerio de Ciencia e Innovación “El corpus de la narrativa oral en la cuenca occidental del Mediterráneo: estudio comparativo y edición digital (CONOCOM)” (referencia: PID2021-122438NB-I00), financiado por la Agencia Estatal de Investigación (AEI) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
Transcripción
Bueno, era una niña que se llamaba María y… salió un día que se fue a misa y le dijo su madre:
—Después de misa vente a casa, no te entretengas por el camino—.
Pero claro, María se fue a misa y, después de misa, pues como niña que era, se fue a coger moras. Y allí en el moral, pues, se dejó un rosarillo.
Y cuando llegó a su casa y se dio cuenta, antes de entrar, dijo: “¡Uy!, que me he dejado el rosarillo de oro en, en el moral, así que tengo que volver”.
Y nada, la niña volvió a por su rosarillo y, cuando lo estaba cogiendo, llegó un hombre, la metió en un saco, en un zurrón, y se la llevó.
Y entonces, claro, la llevaba por los pueblos, cantando, le decía:
—¡Canta, María, canta!, ¡que si no, te hinco la lanza!—.
Y claro, la niña, pues se ponía a cantar. Y cantaba esta canción:
—Por un rosarillo de oro
que en moral me dejé,
aquí dentro estoy metida,
y aquí dentro moriré—.
Y así iba por todos los pueblos, pues, pidiendo limosna a | con, con la niña que la hacía cantar.
Y ya llegó un día que llegó, justo, al pueblo de donde era María, y llamó a la puerta: “¡pom, pom, pom!”. Y abrió y era la madre. Y dijo:
—Señora, ¿puedo dejar esto aquí que tengo que hacer unas compras?—.
Y dijo:
—Sí, sí, usted déjelo aquí—.
Y nada. Y, el hombre se marchó y la madre allí decía:
—¿Pues qué llevará este hombre aquí en el zurrón, que me lo ha dejado?—.
Y ahí estaba así, un poco… eh, pues con un poco de curiosidad a ver qué había dentro del zurrón y la niña, bueno… la niña escuchaba voces, y entonces, pues empezó a cantar la canción. Volvió a cantar la de:
—Por un rosarillo de oro
que en mont- | en el moral me dejé,
aquí dentro estoy metida,
y aquí dentro moriré—.
Y claro, su madre reconoció la voz, abrió enseguida el zurrón, y dijo:
—¡Hija, hija!, ¡cuánto tiempo!, pero ¿dónde estabas?
—¡Ay, mamá!, ¡ay, mamá!, por no hacerte caso me había cogido este hombre, me había metido en el zurrón y me ha estado llevando por ahí a los pueblos a pedir—.
Y dice:
—Nada, pues mira, vamos a meter el gato y el perro, lo metemos en el zurrón, que se crea que pese, que eres tú, y que ahora cuando vuelva, tú escóndete, escóndete, que no te vea cuando vuelva—.
Pues así hicieron.
Cuando llegó el hombre le entregaron el zurrón, el hombre se fue por las calles a pedir, y claro, cuando empezó:
—¡Canta, María, canta!, ¡que si no te hinco la lanza!—.
Pues allí no, nadie cantaba.
Y ya el hombre se enfadó, le dio así, un poco ahí con una lanza | bueno, así, un poco un, con un pincho, y claro, ahí empezó el perro a moverse, el gato, empezaron ahí a ladrar, empezaron ahí a atacarle y, pues así se acaba el cuento, el perro y el gato se lían ahí con él y ya desapareció.
Y ese es el cuento.