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En la provincia de Córdoba, (y) en un pueblo muy honrado
llamado Villa del Río, ya veréis lo que ha pasado.
(Y) habitaba un matrimonio con bastante capital,
se querían con delirio, con una hija nada más,
pero quiso la desgracia, fuera pa bien o pa mal,
de que esta pobre mujer murió de una enfermedad.
(Y) han pasado cinco años que la muchacha tenía
de los nueve a los diez años, y ella no estaba tranquila.
Ya se dio cuenta la joven que su padre la miraba
y riendo le decía: —Cada día estás más guapa—.
Y un día este infame padre, llevado por la ilusión,
(y) olvidando que es su hija, le declaró la intención:
—Si aceptas lo que te digo, para ti to mi capital,
y si me dices que no, ¡qué mal lo vas a pasar!
Venderé todas mis fincas, (y) malgastaré el dinero,
y entonces tienes que ser la mujer de un jornalero—.
La muchacha, avergonzada, amargamente lloraba:
—Yo no quiero su fortuna, quiero ser pobre y honrada—.
Y cuando el padre se fue, la joven se preparó,
y liando su ropita, para el campo se marchó.
(Y) ya que iba la joven lejos de la población,
(y) una cuerda que llevaba, hacia un pino la anudó.
Anudándosela al cuello para quitarse la vida,
no se dio cuenta la joven de que alguien la vería.
(Y) un caballero que había, que perdices aguardaba,
y al ver el hecho de la joven, la vida se la salvaba.
Y le dice: —Mira, joven, te encuentras desesperada.
—No tengo padre ni madre, y me encuentro abandonada—.
Él la cogió en su caballo, (y) a su casa se la llevaba,
y a su padre y a su madre todo el caso le contaba.
La tomaron como hija cuando vieron su bondad.
La madre y las dos hermanas cada día la querían más.
Miren el hecho del joven, que al verla tan guapa y bella,
pidió permiso a su madre para casarse con ella.
Todo con mucha alegría la boda se celebró,
y ahora verán el castigo que Dios al padre le mandó.
Le mandó una enfermedad que malgastó todo el dinero,
y entonces tenía que andar pidiendo como un pordiosero.
Y un día la joven sintió que un pobre llama en su puerta:
[…] —(Y) una limosna, por Dios.
Baja la joven a darle al pobre un trozo de pan
y contra que se lo dio, la joven se ha echado a llorar.
Y la suegra, que la vio: —Hija mía, ¿por qué lloras?
—Porque acabo de darle a mi padre una limosna—.
Enseguida la llamaron y todo se declaró,
que por malo que había sido, (y) el Señor lo castigó.
Y al recibir la alegría y de su hija el perdón,
ha sufrío una calentura, que entre sus brazos murió.