Con una hija que tenía,     que eso no era digno de manchar:

—Hija del alma,     enamorado de ti está

un caballero muy rico     que cien duros por tu amor nos da—.

Pero la joven     al punto le contestó:

—Yo prefiero cien veces la muerte     antes manchara mi honor—.

Cuando la madre oyó eso     en busca del caballero se fue:

—Caballero, caballero,     a mi casa vaya usted a las diez.

Caballero, caballero,     a mi casa ya puede usted ir,

si mi hija no quiere entregarse,    en sus brazos tendrá que morir—.

Pero la joven     aprevenida está ya,

con un puñal de dos filos,     en defensa de su honor está.

Cuando el caballero entraba,     le decía la viuda cruel:

—Vamos, vamos, hijita del alma;     vamos,  vamos, entrégate a él—.

Pero la joven,     más hermosa que el rayo del sol,

a su madre sin tardanza     dieciséis puñaladas le dio.

Cuando el caballero vio eso,     arrodillado al suelo cayó:

—No me mates, no me mates;     no me mates, por Dios, Blancaflor.

Mira que tengo tres hijos,     ignorantes de todo esto son,

y un ángel tan puro y tan bello,     pues que tenga tan mal corazón—.

Pero la joven     al punto le contestó:

—Yo no puedo perdonar     al que tanto daño me causó—.

Asín que lo dejó muerto,     ella misma a dar parte se fue,

con el vestido ensangrentado     de esta manera le habló al señor juez:

—Yo, señor juez,     a mi madre la he matado

y a un señor que quería comprarme     en deshonra también lo he matado.

Yo, como pobre,     y usted como juez severo,

usted puede decir si mi honra     es vendida por algún dinero—.

Hasta el mismo juez lloraba    al escuchar a aquella mujer, Blancaflor,

que ella no quería dinero,     que lo que quería defender su honor.