—Adelaida, dame las alhajas,     que a un amigo se las voy a enseñar.

—No te tardes, por Dios, no te tardes,     que a las ocho me pienso casar—.

Dan las ocho y Enrique no viene,     dan las ocho y Enrique no va,

Adelaida coge su mantilla,     pero en busca de su Enrique va.

—¿Dónde vas, Adelaida querida,     dónde vas tan sola por ahí?

—Voy en busca de mi amante Enrique,     que tres cosas le voy a decir:

la primera que es un sinvergüenza,     la segunda que me va a olvidar,

la tercera que ya no me quiere,     pero al agua me pienso tirar—.

Adelaida se fue pa’ la playa     y se encuentran los dos corazones

y se abrazan como dos leones:     —¡Ay, Enrique, yo muero por ti!—.

Adelaida mete un pie en el agua,     se despide de toda su gente,

pero Enrique, que la estaba viendo,     le decía: —Adelaida detente.

Adelaida detente, detente,     que otro amor tú puedes encontrar.

—Otro amor para nada lo quiero     porque al agua me pienso tirar.