—Ya viene el barco de la amargura.     ¡Adiós, Amelia, adiós, adiós!

Si por desgracia muero en la guerra,     tendrás recuerdo de un fin de amor.

—Vete, soldado, vete tranquilo,     vete a la guerra a pelear,

que soy tu Amelia, la que te quiere,     y la que nunca te olvidará—.

A los tres meses de estar en Ceuta,     una gran carta él recibió;

era de Amelia, la que él quería,     que le decía que se casó.

Pobre soldado, estaba tranquilo     y cayó al suelo sin compasión,

y una morita que allí se hallaba,     hacia su lado se dirigió:

—Buen soldadito, tú no te apures,     tú no te apures, que aquí estoy yo,

y si usted quiere, buen soldadito,     nos marcharemos juntos los dos—.

A los dos meses de estar casados,     una gran carta él recibió,

y era de Amelia, la que él quería,     que le decía que enviudó.

—Tú viudita, yo bien casado,     con mi morita, juntos los dos,

cojo mi mora, me voy al moro,     la que mis penas me consoló.