(Y) en un pueblo de Albacete     un matrimonio vivía

y una hija solamente     estos pastores tenían.

La hija era una diosa,     encanto de aquel hogar,

una cosa primorosa     de belleza angelical.

Un día muy de mañana,     una mano muy traidora

fuertemente le apretaba     el cuello de la pastora

diciendo: —¡Qué guapa eres!     Si gritas, peor pa ti;

y si dices que no quieres,     yo no respondo de mí—.

Al no quererte entregar,     tú no darás mucha guerra,

pues viva te he de enterrar     abriendo un hoyo en la tierra—.

Aquella linda criatura dice:     —No me he de entregar,

ni doy honra a mi hermosura     ante ningún criminal.

Si muero, muero gustosa,     pero no entrego mi honor

y en defensa de esta rosa     saldrá Dios Nuestro Señor—.

—Virgen Santísima Madre     —así decían los pastores—,

haz que aparezcan y paguen     quienes sean los autores—.

Una mañana un chiquillo     a casa del juez llamó

y aquel bello pastorcillo     estas palabras habló:

—Yo vi, señor juez, cogerla;     yo vi, señor juez, tirarla

por el barranco rodar     y cubrirla con un saco.