Capital de Salamanca,     habita una niña enferma   

que está malita en la cama     y su novio iba a verla,  

y su novio iba a verla     dos veces a la semana.

—Si esta semana no viene,     ni tampoco la pasada,

madre, Francisco no viene,     madre, Francisco se tarda.

—Cállate, hija querida,     no hables disparatadas,

que estamos en simentera     y están las gentes ocupadas—.

Se ha echao abajo de la cama,     se ha asomado a la ventana

y ha visto un hombre venir     con una yegua alazana.

—El de la yegua alazana     ¿qué noticias traerá?

—La noticia que te traiga     mala para ti será,

que está Francisco malito,     que está malito en la cama

y si lo quieres ver vivo,     vete para la alborada;

y si lo quieres ver muerto,     te esperas por la mañana.

—Madre, dame usted el vestido,     el de la cinta morada,

que no quiero ir de luto     ni tampoco ir de gala—.

Y al llegar a la alborada     las campanas repicaban.

—Adiós, Francisco querido;     adiós, Francisco del alma,

ya me dejaste solita,     solita y sin compaña.

Me meteré en un convento     de las monjas encerradas,

y me llevaré a mi madre     que es la prenda más sagrada.