Una casilla de peones camineros     aproximada a un pueblo llamado Uncella

habitaba un matrimonio con seis hijos.     Veintidós años contaba la doncella.

Su novio de ella era un tal Manuel Jiménez,     que se querían con locura los muchachos.

Las familias todos eran conformes,     seis díitas faltaban para casarlos.

Una mañana muy tempranito     a la casilla se dirigió

una señora muy elegante     y a Carmelilla así le habló:

—Ese novio que tú tienes, Carmelilla,     ha sido mío hace muchísimo tiempo;

si tú quieres, por las buenas lo despides,     y si no por las malas te la pruebo—.

Y Carmelilla, que sola estaba,     a la señora se dirigió:

—No lo despido aunque me mates,     porque lo quiero de corazón—.

De repente se levanta la otra novia     así afilándose un cuchillo de la media

y Carmelilla que sola estaba     se ha encerrado en un cuarto lleno leña.

—A quemarte o a matarte estoy dispuesta,     si no me abres le meto fuego a la sala—.

Arrimando leña sobre el cuarto     a esto que arde en grandes llamaretadas.

—Mujer mala criminal de prisionera     me has de pagar el daño que me has causao—.

La mujer hizo fuego sobre el hombre     y lo ha herido en una pierna y un brazo.