En un pueblecito humilde,     provincia de Castellón

habitaba una muchacha     como los rayos del sol.

Blanca Isabel se llamaba,     con veinte años de edad.

Un mocito la pretende     con cariño y amistad.

Al enterarse sus padres,     (y) un cariño paternal,

le aconsejan a su hija     que se deje de amistad.

—Ese hombre es un tirano,     un canalla, un sinvergüenza;

si no te apartas de él,     muy mala suerte te espera—.

Isabel no le hizo caso     al consejo de sus padres;

al poco de pasar tiempo,     se da cuenta de ser madre.

La joven al verse en estado,     se ha dirigido a su amante

Y le ha dicho con cariño:     —De querer pensar en casarte,

tú sabes lo que aquí pasa,     si se enteraran mis padres.

Me darían mucho disgusto     por no haber querido olvidarte.

—Isabel, un favor te pido     que no vivas engañada,

porque yo desde ahora mismo,     ya te tenía olviada—.

Isabel se ha retirado     sin replicarle palabra

(y) llorando amargamente     se ha dirigido a su casa.

Ha cogido una pistola,     que en su casa encontró.

Ha cogido papel y pluma     y una carta fue y escribió

a sus padres y hermanos     dándoles el último adiós,

y cogiendo una pistola     que su hermanito tenía,

se ha dirigido a su amante,     para quitarle la vida.

En la bajada de una sierra,     con su amante se encontró,

doliente sobre su espalda     dos tiritos le pegó.

Viendo su amante herido:     —Yo sola le di la muerte

para que ese criminal     no engañe a otra inocente—.

(Y) en la ropa de Isabel     se han encontrado una carta

toda llena de dolor     que contiene estas palabras:

“Adiós, mi padre y mi madre,     adiós, toda mi familia,

de este mundo se despide     vuestra desgraciada hija.

He sido una hija mala     por no escuchar sus consejos,

espero me perdonaréis     a lo hecho no hay remedio”.