A un soldado valiente español,     un moro lo cogió prisionero,

se lo lleva a su coronel     y a los tres días de estar prisionero:

—Tú de hambre vas a padecer,     si peleas contra España,

guardia de mi coronel     yo te haré.

—España siempre la defenderé     como español y buen soldado,

no quiero que por renegar de España     que padezcan mis hermanos—.

Entonces el maldito cabecilla,     sin tener de él compasión:

—Metedlo dentro de ese calabozo     que no tenga salvación—.

Estando el soldado pensando     la desgracia que a él le ocurría,

se ha fijado de momento     que una mano la puerta le abría,

de momento se le ha presentado     una joven vestida de mora.

—No te asustes, buen soldado,     yo también soy española—.

Y entonces el soldadito se anima     y se enseñan los retratos,

se abrazan, el cabecilla los ve     y no puede separarlos,

de momento se levanta la joven     y se arrodilla delante de su padre.

—Padre, poned atención     las palabras que quiero explicarle,

el soldado que ibas a fusilar     entre los dos bemos aclarado

por un retrato que tiene,     resulta semos hermanos.