—Dios te guarde, carita de rosa,     que me han dicho que me has olvidado,

yo venía a casarme contigo     y me encuentro que ya te has casado.

—Casadita estoy, no puedo quererte,     que otras leyes me obliga el querer.

Soy constante al querer a mi esposo     que ante Dios y los hombres juré.

—¿Tú recuerdas del pañuelo grana     que de novio yo te regalé?,

si lo tienes nuevo y no lo has roto,     dámelo, que yo lo romperé.

—Yo recuerdo del pañuelo grana     y de varios regalos que hiciste

y de aquel relicario de plata     donde tú mi retrato metiste.

—Dame un beso, por Dios te lo pido,     dame un beso, un beso de amor;

si ese hombre ha tocado en tu pecho,     en tus labios quiero tocar yo.

Ese beso que yo te ha pedido,     ahora mismo me lo vas a dar;

y, si no, con mi brazo derecho     en tu pecho clavaré un puñal.

—Si tú tienes puñal de dos filos     que con él me atraviesas el alma,

en morir en tus brazos queridos     muera el ángel que tiene mi alma.

Ese ángel no tiene la culpa,     que ese ángel es un inocente,

que la culpa la has tenido tú,     que ha venido a buscarme la muerte.

Si me matas, que yo no lo sienta,     ni se entere mi esposo querido

porque luego después de matada,     a la cárcel irás conducido.