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Otras versiones de "En una casa de campo"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
Dame tu luz, san Antonio, dame tu gracia también
para poder explicar las crudezas que se ven,
para poder explicar el más horroroso caso
que se iba a disputar en una casa de campo.
En una casa de campo, un matrimonio vivía.
Tan grande era su pobreza, nada de comer tenían.
Tenía este matrimonio cinco hijos, por su suerte,
que fue el caudal que le dio nuestro Dios emnipotente.
Este padre que no tiene pan que darle a sus hijos
(y) un día, desesperado, un día, aburrido, dijo:
—Ya no soporto más penas ni nada repararé,
si el amo no da sustento, su hacienda le entregaré—.
Se fue el labrador al pueblo a hablar con el caballero:
—Si usted no me da dinero, yo su hacienda se la entrego.
—Dinero yo le pueo dar, aparcero, si usted quiere,
pero me tienes que dar un hijo de los que tienes—.
Se fue el labrador a su casa y se lo da a su mujer.
—¿De dónde es este dinero? —Tú, cógelo y cállate,
tú, cógelo y cállate, lugar tienes de saberlo—.
A los tres o cuatro meses, se le termina el dinero,
de seguida el labrador, más le pide al caballero.
Tres cantidades de dinero el caballero le dio
y le dice: —Aplacero, el plazo ya se cumplió,
ya me tiene usted que dar la medecina importante
yo quiero recuperar mi salud en adelante—.
Se fue el labrador a su casa y se lo da a su mujer.
—¿De dónde es este dinero? Ya lo tengo que saber
ya lo tengo que saber, ya me tienes que enterar
porque sé que tú no tienes condición para robar.
—Como sé que estás en duda, todo te lo voy a contar:
tú sabes que es nuestro amo, el que todo nos lo da.
Tú sabes que nuestro amo tiene una tisis encendida,
por eso dineros da para su salud y su vida.
—(Y) has hecho bien de enterarme, conforme soy yo también,
con el trato y condición, que yo lo ha de disponer—.
Se fue el labrador al pueblo a hablar con el señorito
entre su mujer y él lo que habían convenido.
—Válgame Dios, aplacero, y la ignorancia nos lleve,
me has estropeado el asunto, no me fío de mujeres.
—Puede usted vivir tranquilo, que a todo se ha conformado,
pero me ha dicho que el niño ha de morir en sus brazos.
Y otra cosa también dice, que si le juegan su hazaña
tiene que morir en sus brazos el hijo de sus entrañas,
otra cosa también dice, que de día no será,
que pasan los leñadores y se pueden enterar—.
Se fue la mujer al pueblo a dar conocencia de él,
a poner aquel asunto en conocimiento juez.
—Señor juez, vengo a decirle que el traidor de mi marido,
de cinco hijos que tengo, el más chico me ha vendido
y esta noche, según dicen, le quieren jugar su hazaña,
quieren quitarle la vida al hijo de mis entrañas.
—Si es verdad lo que usted dice y usted no me engaña a mí
esta noche a su cortijo irá la guardia civil.
—No, señor, yo no lo engaño y yo no lo engaño a usted,
para quedar más conforme una señal le daré,
que al coger al niño en mis brazos “¡ay, Dios mío!”, yo diré—.
A las once de la noche, los niños dispiertos estaban
y el padre a los mayores les dice que se acostaran.
Todos los niños llorando formaron una pretesta.
—Nosotros nos acostamos y este niño no se acuesta—.
—Este niño no se acuesta, este ya se acostará,
porque la hora del lecho se está aproximando ya—.
Y a las doce de la noche ya está todo prevenido,
y al coger al niño en sus brazos dice la madre: “¡ay, Dios mío!”
y los civiles que estaban, como ya estaban alerta,
daban porrazos muy fuertes, querían derribar la puerta.
Tuvieron que abrir corriendo, quedó el caso en tal estado,
el niño ha quedado vivo y el padre amaniatado.
A un mismo tiempo la guardia, le decía a la mujer:
—Senténcielo usted a su marido que es usted el único juez—.
La mujer lo ha sentenciado que lo echen a una hoguera,
que lo echen a una hoguera y que muera achicharrado.