Un hombre que trabajaba     (y) en el muelle de Sevilla

tenía una hija muy guapa     que era las mil maravillas.

Un día que fue a llevarle     a su padre la comida,

se enamoró un caballero,     de bonita que ella iba.

—¿(Y) esa es su hija, Francisco?—     le dice en estas palabras.

—(Y) es mi hija, don José.     —Tiene usted una hija guapa,

de buena gana, Francisco,     con su hija me casara.

A usted y a su hermosa hija     no le faltaría de nada.

—Tiene novio, don José,     y lo tiene en el servicio,

(y) honrado y trabajador     y lo quiere con delirio.

Quede con Dios, caballero,     a mi hija se lo diré

y con lo que ella me diga,     la contestación traeré.

—Si supieras, hija mía,     la dicha que traigo a casa,

que me ha salido una suerte     y serás afortunada.

¿Tú viste a aquel caballero     que conmigo platicaba?

Se ha enamorado de ti     y serás afortunada.

—Tengo el novio en el servicio     y es mucho lo que lo quiero,

sería una miserable     (y) olvidar por el dinero.

—No tienes que ver con nadie     y haces lo que mando yo,

que vengo buscando el bien     que sea para los dos—.

Coge papel y una pluma     y a su novio le escribió:

“Mi padre quiere casarme     con un rico millonario,

ven a salvarme si puedes,     si te encuentras licenciado”.

Llega la hora y la visten     y a la iglesia la llevaron,

zapatos bordados en oro,     vestido en oro bordado.

Llega Manuel a la iglesia     y en la boda se encontró,

cuando lo vio la Isabel     (y) al cuello se le abrazó.

—Ya se me abrieron las puertas     del cielo y de la tierra

que ya está aquí mi cariño,     ya tengo quien me defienda.