Audio
Clasificación
Informantes
Recopiladores
Notas
La informante presenta los rasgos fonéticos característicos de las hablas andaluzas orientales, con fuertes influjos de las hablas murcianas, con pérdida de la «d» intervocálica, aunque con frecuencia la recupera, y neutralización de r/l en posición implosiva y final en favor normalmente de r, entre otros rasgos.
La informante manifiesta que aprendió este romance de su madre, siendo ella niña; y el título que da a los dos romances engarzados es «Gerineldo».
Existe una versión escrita recogida en su libro El edén de la memoria (2023: 145-148).
Aclaraciones léxicas
abedrío: por «albedrío»
Bibliografía
Otras versiones de "Gerineldo"
Otras versiones de "La condesita"
Ver referencias completas en Fuentes citadas abreviadamente.
Transcripción
—Gerineldo, Gerineldo, caballero amigo mío,
¡quién te pillara esta noche tres horas en mi abedrío!
—Porque soy pobre, señora, no quiera burlar conmigo.
—No me burlo, Gerineldo, que de veras te lo digo—.
A las diez se acuesta el conde, a las once se ha dormido,
a las doce de la noche se siente un gran ruido.
—¿Quién habita en mi palacio? ¿Quién habita en mi abedrío?
—Soy Gerineldo, señora, que vengo a lo prometido—.
Lo ha cogido de la mano, lo ha metido en su abedrío,
dándole besos y abrazos como mujer y marido.
A esto de la medianoche el sueño los había rendido.
A otro día por la mañana el rey los había visto.
—Si mato a mi hija, la reina, dejo el palacio perdido
y si mato a Gerineldo ¡que lo tengo desde niño!
Les pondré la espada en medio que les sirva de testigo—.
Se ha dispertado la niña tres horas el sol salido.
—¡Levántate, Gerineldo, que mi padre nos ha visto!
Que la espada de mi padre entre los dos ha dormido.
Tírate por el balcón buscando flores y lirios.
—¿Qué te pasa, Gerineldo, que estás tan descolorido?
—La fragancia de la Rosa el color se lo ha comido.
—No me niegues, Gerineldo, que con mi hija has dormido.
—Yo no me niego, rey conde, que con su hija he dormido.
—Antes que se ponga el sol tienes que ser su marido—.
Ya se anunciaron las guerras en Francia y en Portugal.
Se llevan a Gerineldo de Capitán General.
—¿Para cuántos años, conde? —Para siete nada más.
Si a los ocho no he venido, condesa, te casarás—.
Se pasan seis, siete y ocho y el conde al venir está.
Un día, puestos en la mesa, el padre le vino a hablar:
—¿Por qué no te casas, hija? ¿Por qué no te casarás?
—No me caso, padre mío, que el conde al venir está—.
Se viste de pelegrina y por esos mundos va,
de día por las montañas; de noche por la ciudad.
—¿De quién es ese caballo que siento yo relinchar?
—Señora, del conde Flores. Mañana se va a casar.
—¡Ay, quién lo pudiera ver! ¡Ay, quién le pudiera hablar!
Su boquita con la mía ¡quién la pudiera juntar!
—Señora, se lo presento con gusto y amabilidad.
—Dame, conde, una limosna, que bien me la puede dar,
que vengo de la Giralda pidiendo un pedazo pan.
—Si vienes de la Giralda, traerás muncho que contar.
—La pobre de tu condesa, que no cesa de llorar.
—¡Ay, quién la pudiera ver! ¡Ay, quién la pudiera hablar!
Su boquita con la mía ¡quién la pudiera juntar!
—¿Y en qué la conocerías? ¿Y en qué la conocerás?
—En el rostro de su cara tiene un bonito lunar.
—El rostro se me ha caído, pero el lunar aquí está.
—Eres un demonio, chiquilla, que me has venido a buscar.
—Yo no soy un demonio, conde; soy tu mujer de verdad.
—Aquí tiene usted a su hija, que se la vengo a entregar.
Si virgen me la entregó, virgen se la vuelvo a dar.
Yo me voy con mi condesa, que me ha venido a buscar.