Cantemos himnos de amor

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Clasificación

Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 3076c

Notas

La informante omite la alusión a algunas flores para acortar la canción. Además, indica que en el pueblo no solían cantarse villancicos, pero sí muchas canciones de mayo para ofrecer flores a la Virgen.

Registro sonoro perteneciente al Archivo de la Tradición Oral de la Fundación Joaquín Díaz (sign.: ATO 00021 05).

Transcripción

Cantemos himnos de amor

con verdadera alegría

a la madre del candor, 

la [¿fecha?] Virgen María.

 

Gloria a la reina del cielo,

madre de los niños, gloria;

loor a ti, vida, consuelo,

perla de la santa historia.

 

Son tus manos como el ampo, 

de la nieve, la más pura,

y escudos nuestros en campo,

de verdadera ventura.

 

Son tus ojos dos estrellas

que deslumbran, mas no ofenden,

y en tus luces siempre bellas,

las almas nobles se encienden.

 

Es tu regazo la cuna

donde dormimos los niños,

y soñamos, ¡qué fortuna!,

con tu beldad y cariño.

 

Al despertar invocamos

tu dulce nombre, María,

y tu imagen contemplamos

más de una vez cada día.

 

Porque tu rostro enajena

y es más bello que el pensil,

más que la flor que está llena

de los encantos de abril.

 

Toma la rosa lozana,

que en ella va la grandeza

de tú, que eres luminosa,

candor, ternura y pureza.

 

Toma la azucena hermosa,

que en ella va la grandeza,

de nuestra fe luminosa,

candor, ternura y pureza.

 

Entre un grupo de esmeraldas,

la violeta presentamos

y con ella, las guirnaldas

de la humildad que abrigamos.

 

Toma el jazmín y en su aroma,

nuestra esperanza y consuelo

de verte, blanca paloma,

en las mansiones del cielo.

 

Hoy tenemos que ofrecerte,

madre adorada, un tesoro:

nuestras caricias, y advierte

que son más puras que el oro.

 

Formando todas un lazo

de inocencia celestial,

Virgen, recibe un abrazo

del amor angelical.

 

Y con él, los corazones

de la niñez protegida,

por tus egregios blasones,

dulzura, esperanza y vida.

 

Que serás la protectora

de nuestros queridos padres,

no lo dudamos, Señora,

nos lo dicen nuestras madres.

 

Tú sabes que nuestros besos

las dejan siempre tranquilas

cuando se quedan impresos

en sus rosadas mejillas.

 

Y de lo contrario sucede

si un día no las besamos,

sufren lo que no se puede

explicar, ay, no pagamos.

 

Y nosotros a la vez

si no nos besan, sufrimos,

porque somos como el pez,

que sin agua no vivimos.

 

Pues hoy serán para ti

todos nuestros besos, ¿quieres?,

los aires repiten sí,

nosotras, “bendita eres”.

 

Y ante el altar sacrosanto,

míranos en relación

diciendo con devoción:

 

Dios te salve, reina y madre,

madre de misericordia,

vida, dulzura, esperanza

de los pecadores, gloria.