Ante el altar sacrosanto 

de la dulce madre mía,

ante ti, Virgen María, 

preséntome con valor

a ofrecerte de estas niñas 

la promesa más sincera, 

más cordial y verdadera 

que puede hacer el amor. 

 

Te dicen, pues, por mis labios

y en silencio arrodilladas,

que de gozo entusiasmadas 

te entregan el corazón.

Te lo ofrecen, dulce Madre, 

llenas de fe y de alegría;

si tú lo aceptas, María, 

no tienen más galardón. 

 

—Decidme, pues, compañeras,

¿amáis a María? 

[Com. 1] —Sí.

—¿Dejaréis de amarla? 

—Nunca.

—¿Olvidaréis a esta Madre?

—Jamás.

 

Sed por siempre, Madre eterna, 

nuestro afán y nuestra guía,

para que a la eterna gloria 

lleguemos todos un día. 

 

—¡Viva María, viva nuestra Madre! [Com. 2]

 

¶

[Com. 1: Y las niñas decían.]

[Com. 2: Contestaban las que había atrás a la que lo estaba diciendo.]