A Santa María de Poyos

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Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 3275c

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Notas

Es un poema que compuso Ventura Hurtado tras su partida de Santa María de Poyos. Lo recita su mujer, Asunción Martínez.

Registro sonoro perteneciente al Archivo de la Tradición Oral de la Fundación Joaquín Díaz (sign.: ATO 00024A 14).

Transcripción

Provincia de Guadalajara,    

partido de Sacedón,

Santa María de Poyos,

donde me he criado yo.

 

Salida de un campesino

que tuvo que abandonar

la tierra dónde nació.

 

No fue por ser un malvado,  

ni por ser un traidor,

la tuvo que abandonar   

por un bien de la nación.

 

A los veinticinco años,

tuve que dejar mi pueblo, 

mis amigos, mi novia y demás.

 

Nos parecía mentira,

pero el momento llegó: 

una flota de camiones 

que mandó el gobernador.

 

Cada camión que salía, 

alguno se desmayaba,

pues salía catorce familias 

y otras cincuenta quedaban.

 

Ese momento fue triste, 

nunca se podrá olvidar;

en el pueblo que nacistes,

tenerlo que dejar.

 

También nuestros seres queridos 

quedarán debajo del agua

para no visitarles ya más.

 

Durante el viaje, en Buitrago, 

esperan para comer,

para descansar un poco, 

que es cosa de agradecer.

 

En San Bernardo nos esperan 

ingenieros y demás,

y los obreros que aquí había 

nos ayudaron a descargar.

 

Con palabras agradables 

nos querían consolar, 

nosotros nos aguantábamos 

porque no queríamos llorar.

 

Pero la noche fue larga, 

no podíamos descansar;

a las tres de la mañana 

me tuve que levantar,

y allí debajo de un nogal,

y me puse a llorar.

 

Cuando quiso amanecer,

miré para arriba y vi

una torre y unas campanas,

y a san Roque le pedí:

—San Roque y Virgen María,

ten compasión de mí.

 

Las lágrimas se me fueron,

traté de hacerme valiente,

salí de un patio que había

a recorrer los sembrados,

que era lo que me gustaba.

 

A las diez de la mañana

fui al barracón,

fui a almorzar,

mi madre me preguntó:

 

—¿Qué tal, hijo? 

¿Te gustan estas tierras?

Yo le dije: —Madre es muy pronto para decirlo.

Y nos pusimos a llorar.

 

Allí mi padre llegó: 

—¿Por qué lloráis?

Y enfadado, de esta forma respondió:

—¿Es que aquí no respiráis? 

 

Pues aquí también hay Dios,

ya no quiero ver más lágrimas

y no quiero ver de llorar,

quiero que esto se termine 

y no nombrarlo jamás.