Auto de Navidad: disputa del cura y el pastor

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Clasificación

Fecha de registro:
Referencia catalográfica: 3505c

Notas

Registro sonoro perteneciente al Archivo de la Tradición Oral de la Fundación Joaquín Díaz (sign.: ATO 00030 19).

Bibliografía

DÍAZ GONZÁLEZ, J. y ALONSO PONGA, J. L. (2018). Autos de Navidad en León y CastillaProducción digital: Fundación Joaquín Díaz.

Transcripción

[Cura:]

Ya llegó san Juan

y su ilustrísima manda

ordenando a los pastores

los preceptos de montaña,

y seguimos con gran pausa

tocando algunos misterios

de nuestra ley soberana.

Pastor, dime cómo te llamas.

 

[Pastor:]

Señor cura, a voces cuando estoy cerca,

cuando estoy lejos, en voz baja.

 

[Cura:]

Calla, gran canalla,

¿qué respuestas son esas

para las que yo te preguntaba?

 

[Pastor:]

Vaya a la cartilla por ellos

y si no, a los calendarios,

que les hay en abundancia

y yo, para un solo nombre que tengo,

su merced me lo guarda.

Cuando tengo que responder

cuando mi Mayoral me llama

por las reses extraviadas.

 

[Cura:]

Una señal nos dio Cristo,

que es la señal del cristiano.

 

[Pastor:]

Señor cura,

las señales son muy varias.

Unas, con la oreja hundida

y otras solo espuntada,

y esto es pa distinguir

como su merced declara,

que todo buen cristiano

debe de comenzar.

 

[Cura:]

Pues tú, cuando sales de tu casa,

al entrar aquí en el templo,

¿qué demostraciones has?

 

[Pastor:]

Hago una cruz bien formada

y digo: en el nombre del Padre,

del Hijo, del Espíritu Santo,

y del amor trino

y con esas palabras me basta.

 

[Cura:]

¡Pues no has dicho tú poco!

Si sabes distinguir estas palabras

de la Santa Trinidad,

¿por qué trinito la llamas?

 

[Pastor:]

Porque soy trinitario

de la Trinidad descalza

que está allá en Valladolid

donde dejamos las cabras;

por el camino unas se nos ponen cojas,

y otras se nos ponen malas.

Allí nos dan muchas cosas,

huevos y mantecadas,

y con un par de escapularios

nos las dejan ya pagadas.

 

[Cura:]

Y de la Unidad, ¿qué sabes?

Supongo que me dirás lo mismo

que la pregunta pasada.

 

[Pastor:]

Eso no, señor cura.

Que me escuecen las nalgas

de los azotes que en la escuela

de niño me pegaban

para que aprendiera a contar

y muy bien lo practicara.

Se me quedó tan presente,

que jamás me se olvidará:

Unidad que dice mil,

decena, ciento declara.

Tras de esto, vienen las cuentas,

y esto, como el Ave María,

se lo digo de palabra.

 

[Cura:]

¿Hay ignorancia más simple?

Sea. Para tu interés,

te diré algunas palabras

de la santa Trinidad:

Unidad que es un Dios solo,

esencia y una sustancia,

poderoso, justo y sabio,

el que rige y el que manda

en toda la esfera celeste

de brillantes estrellas tachonadas,

y de astros lucientes,

tanto que a la vista agrada,

que hasta los mismos infiernos

su jurisdicción alcanza.

 

[Pastor:]

¿Y ese Dios tan piadoso

vive en el cielo?

Pues quisiera yo verle cara a cara

y ponerle las orejas

un poquito coloradas,

pero bien coloradas.

Pues, ¿no sabe usted, señor cura,

que siempre

nos ha tratado y nos trata

como quiere y ha querido?

Cuando le pedimos agua,

nos da un sol tan picante

que la tierra abre la boca

y todo lo aniquilaba;

cuando le pedimos sol,

agua con tanta abundancia

que parece que los cielos

rompieron sus cataratas

y todo llega a perderse;

he aquí la cuestión formada.

 

[Cura:]

Calla, no digas tantas blasfemias,

que te acusaré sin falta

a la santa Inquisición.

 

[Pastor:]

Fúndala bien fundada,

que Dios necesita

ser veinte años pastor

y viera lo que pasara

y no nos tocaría los tiempos

como les tiene de maña.

Si nos diera un buen invierno,

la primavera temprana,

el verano, no muy fogoso,

con algunos golpecillos de agua,

bastante húmedo el otoño

y la tierra bien atemperada,

que con estas condiciones

sacaríamos buen ganado

y la cría fuera larga.

¿Tengo más que creer en Dios?

 

[Cura:]

Sí crees, pero te falta

confesar su encarnación,

su vida tan afrentosa,

su resurrección gallarda

y su ascensión al cielo empíreo.

 

[Pastor:]

Ten, ten, que si tanta falta,

seguramente alguna raposa,

que me está dando la gana

de arrearte un garrotazo

por detrás de las espaldas,

pues ya me siento cansado

con preguntas dilatadas.

Si la Virgen concibiera

y anduviera nueve meses,

no hace fuerza que quedase

toda su pureza virginal.

Y esa es maravilla tanta

que a mi madre, siendo doncella,

hizo una cierta albardada

y que Dios en este mundo

tuviera vida tan pesada,

toda cubierta de pena,

pues a Dios, ¿quién le obligaba,

teniendo tanto poder

a cargar con tantas cargas?

 

[Cura:]

Su propio amor que nos tiene,

que viéndonos a los hombres

esclavos del pecado

a redimirnos se allana,

que de su muerte, nuestras trampas

y nuestras culpas fueron causa.

 

[Pastor:]

Poco a poco, señor cura,

¿cómo es eso de mis trampas?

¿Pues para qué vendí yo mis cabras

y una yegua que tenía

que la llamaba la “Ruana”?

Pues qué diablos, las deudas,

pastores de esta comarca,

si Dios pagara por mí

ni yo tampoco lo apreciara,

pues mientras yo tenga bienes,

que por mí nadie pagara.

 

[Cura:]

Hombre, que me no entiendes,

que son culpas del alma

que esas todos las tenemos.

 

[Pastor:]

Pues el alma que lo creó

lo sabía y lo callaba.

¿No siendo yo de mi pueblo

voy a pagar la farda?

Cada quien pague lo suyo,

que yo a Dios no debo nada,

y si me hallara yo alcalde

le presentaría ante mi vara

al principal y las costas,

al pecador le cargara.

 

[Cura:]

Calla, calla, no pienses

que tú has de ser menos

de esos que cantas,

porque ya te tiene Dios

preparado un día,

que así se llama,

“diesila, diesila”,

que solo al oírte parlan.

Y a la voz de una que llaman

la gran trompeta de Dios, dirán…