Huyendo de mi pobreza,

tú marchaste al extranjero

y volviste a los diez años

con mujer y con dinero.

 

Pero el placer de ser padre,

el caudal no te lo dio;

tú sembraste en tierra extraña

mil caprichos de señor.

 

Yo permanezco soltera

con la cruz de mi pecado,

con esta niña pequeña

que juega con mi retrato.

 

Y cuantas veces pregunta

que dónde está su papá,

yo le contesto que ha muerto

a la orillita del mar.

 

No te puedo maldecir,

que me causaste un dolor;

me dejaste en recompensa

una niña como un sol.

 

No te puedo maldecir

ni te puedo castigar,

bastante castigo tienes

en no poderla besar.

 

Y la miras y la miras

y la vuelves a mirar;

bastante castigo tienes

en no poderla besar.

 

Te dan las claras del día

paseando por mi calle,

esperando que yo pase,

ya que quieres preguntarme:

 

—¿De quién es esa muñeca

de cabellos como un sol,

que lleva vestido blanco

de primera comunión?

 

—Pasa de largo y no mires

esa cruz que hay en mi puerta,

mira que está vigilando

mi corazón de soltera.

 

Deja a mi niña chiquita,

que va a la iglesia a rezar

por su papá, que se ha muerto

a la orillita del mar.